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Madres migrantes: el territorio transfronterizo de los cuidados
La primera vez que me separé de mi hijo él tenía apenas 4 meses de vida. Fue una separación no elegida. Tuve que viajar a otro país por la exigencia de documentos migratorios para que el niño, como recién nacido, pudiera ingresar. Los tres días que estuvimos alejados parecieron una eternidad. Aunque ya mi hijo había dejado de lactar involuntariamente, bajo la ducha del baño del hotel lloré sin consuelo agarrándome los senos. Como si esa parte de mi cuerpo llorara también por la separación. Era la huella más vívida del vínculo entre él y yo. Después de ese primer baño aletargado, me miré al espejo con los ojos hinchados…