George Floyd, Obama y la criminalización de las protestas
El 25 de mayo de 2020 George Floyd fue asesinado por un agente de la policía de los Estados Unidos mediante asfixia. Ya lo sabemos. El repudio al hecho levantó grandes oleadas de manifestaciones sociales, y también análisis y expresiones racistas en paralelo.
Personas que mostraban enérgicamente el rechazo al asesinato, pero a la par cuestionaban los levantamientos. Personas que en su silencio mostraron una postura neutral ante la muerte de Floyd, pero al mismo tiempo reivindicaban el actuar de la policía y de las personas blancas. Personas que nunca se mostraron molestas por el asesinato, se indignaron por las protestas, y aplauden la represión a las mismas.
Es así como tenemos tres elementos con los que interactuamos desde diferentes posturas: el asesinato, las protestas y las instituciones.
Existe un consenso bastante generalizado con relación al repudio sobre el asesinato provocado a Floyd. La mayoría de las personas resultaron indignadas por semejante atropello. Sin embargo, no en todos los casos se analizó este crimen con el enfoque racial que lo atraviesa. Si bien es cierto que los asesinatos cometidos por la policía de los Estados Unidos, y del mundo entero, se cometen no solo contra las personas negras, también lo es que NO son todos los cuerpos los centros de diana para la impunidad.
A este tipo de crímenes le interseccionan sesgos raciales, de clase, de género y de territorio. Cuando se le despoja al asesinato de Floyd esta naturaleza, entonces la indignación se vuelve epidérmica, salvadora de los privilegios de la blanquitud.
Una de las reacciones más racistas y clasistas resulta la criminalización de las protestas. Esta puede estar refrendada en una ley o, de lo contrario, puede articularse mediante la desaprobación a los levantamientos sociales por razones colaterales al centro mismo de las manifestaciones. En otras palabras, se deslegitiman las manifestaciones cuando la opinión popular y la institucional le da más relevancia a la vandalización que acompaña—muy lamentablemente—a las protestas, que al núcleo de ese levantamiento social en sí, y se criminaliza.
Es también una manera de restarle importancia a la naturaleza de raza, de clase, de género y de territorio de las protestas, de negarle la propia estructura que las edifica. Una gota (el asesinato) rebasó el vaso (las desigualdades, la opresión y la impunidad), no obstante, se quiere borrar la existencia de un vaso colmado. Se insiste, además, en simplificar el contenido de ese vaso.
Como respuesta a las protestas, y con la intención de “apaciguar” el avispero, se esgrimieron frases como “no todos los negros son criminales”, “no todos los policías son malos” y “no todos los blancos son racistas”. Con ellas se está reafirmando un axioma que le da sentido a estas excepciones: que, aunque la mayoría lo sean, no lo son todos. Es un falso empeño por homogeneizar los acontecimientos, de tomar a los cuerpos por iguales cuando no lo son. Una vez más, de negar la naturaleza de las revueltas.
Guardar silencio y una aparente neutralidad frente al asesinato de Floyd y de las manifestaciones, cuando se reivindica solamente el accionar de las personas blancas y de los buenos policías, es más de lo mismo. Recolocan la blanquitud en el centro del debate, en el afán de demostrar que no todos los blancos son malos, y de esta manera alegan el sinsentido de las protestas en virtud de lo racial. Y mientras empujan nuevamente su propia blanquitud al centro del huracán, más racista la respuesta, más desplazamiento de los cuerpos oprimidos, más negación a sus derechos por resistir y reivindicarse, más simplificación al problema de raíz. Ni por un momento dejan reposar sus privilegios de raza y de clase. Todo lo contrario, están al acecho de demostrar que son mejores y buenos. En lugar de estar al acecho de su propio racismo, y de sus privilegios.
Feministas blancas que dan cátedra sobre lo que implica que “no todos los hombres matan”, que van a las marchas contra los feminicidios, que gritan “la policía no nos cuida, nos viola” y que están a favor de incendiar plazas si fuera necesario por tal de reivindicar sus demandas de género, ahora se repliegan a favor de que hay una policía buena, que no todas las personas blancas son iguales y, además, se pronuncian con preocupación acerca de los vandalismos de las protestas. Es un ejemplo que da cuenta de que el pacto blanco narcisista en algún momento saldrá a flote con toda su articulación racista. El asesinato de George Floyd lo sigue demostrando.
Obama se pronunció al respecto, su discurso se reorientó hacia la vandalización y hacia su desacuerdo con las protestas de acción directa, deslegitimando, de manera ambivalente, las manifestaciones. La vandalización y su desacuerdo a la acción directa tomó el lugar de base del discurso para proponer vías pacíficas y electorales. Un placebo.
Obama se dirigió a los que protestaban, a los electores. Echó sobre los hombros de los oprimidos la responsabilidad del cambio. Nunca se dirigió al Estado y las instituciones. Al contrario, preservó su lugar de espectadores. No les interpeló, no pidió pronunciamientos con relación a las políticas públicas que no son suficientes con leyes inoperantes en un sistema estructural e históricamente racista. Habrá que conformarse con que dijo que son justificadas las protestas, pero “no son las formas”.
Obama vino a decir que todo dependerá de cómo lo hagan los manifestantes. Esos, que ya no tuvieron más opción que tomar las calles, que les cuesta respirar día tras día porque les arrancaron la dignidad. Pues, de ellos depende, no del Estado. Es perverso, y retorcido, tras su halo de bienhechor hacia los humildes. Fue una prolongación de aquella lógica de eres pobre porque quieres, porque no has encontrado la manera efectiva de salir de tu condición en este mundo lleno de oportunidades. Resulta que, si los manifestantes no logran un cambio, es culpa de ellos también, porque vías y oportunidades tienen, solo que ¿hay que saberlas usar? Si las comunidades negras y los pueblos hispanos han llegado hasta acá con semejantes consecuencias ¿se debe a que no han sabido incidir en la agenda debidamente? ¿culparles de su propia muerte, presente o futura? Es sórdido.
Me quedo con las palabras de Ocasio-Cortez: “Si exiges que se acaben los disturbios, pero no las condiciones que lo provocan, eres un hipócrita.”
Publicado en Revista Afroféminas: https://afrofeminas.com/2020/06/06/george-floyd-obama-y-la-criminalizacion-de-las-protestas/