Entre barbies y pobres criaturas: apuntes sobre “feminismos” y Oscars
Una estampida de opiniones ocupó revistas, prensa, blogs y cuanto espacio de discusión fue propicio para analizar el calibre feminista (o no) de la película Barbie. Desde su estreno a mediados de 2023, hemos leído comentarios que van desde la indignación de especialistas por lo peligroso de un discurso del feminismo tan superficial, hasta alabanzas sobre la conquista del empoderamiento pleno de las mujeres. Dentro del movimiento, Barbie es, representación versus antirrepresentación.
El color fucsia distintivo de la muñeca y omnipresente en el filme hace recordar que, en efecto, estamos en presencia de un producto que quiere venderse con las etiquetas que la película anuncia: feminismo, mundo ideal, felicidad; en resumen: vida color de rosas. Escamotea la complejidad del análisis mínimo sobre los problemas que aquejan realmente a una mayoría de mujeres, y sobre un movimiento tan heterogéneo como el que ha hecho que mujeres de todo el orbe se levanten a exigir sus derechos.
Algunas amigas han tildado el filme de antifeminista; otras, de no-feminista o argumentan que enaltece los principios excluyentes del feminismo blanco (léase de clase media-alta, urbano, meritocrático, privilegiado, empresarial, etc.). Es una obra que desprecia la maternidad y los cuidados sin mayor problematización; donde las posesiones materiales se vuelven sustancia de felicidad y emancipación; que ejerce violencia simbólica sobre estéticas y oficios no enmarcadas en posiciones de poder, títulos académicos o premios; y hasta deja mensajes transfóbicos de forma subliminal. ¿Por qué habría de ser feminista una película así?
Barbie quiere hacer de una supuesta guerra entre “hombres y mujeres” un chiste (que no da gracia) y termina reforzando la idea del “feminismo vs. machismo”, que tantas pensadoras y activistas han querido derrumbar durante décadas.
Hollywood es capaz de sembrar ese imaginario simplista en millones de personas en cuestión del par de horas que dura la película, mientras nosotras, feministas sin recursos y sin olas, todavía bregamos para que publiquen nuestros textos en medios con cierta hegemonía si la palabra feminismo se repite entre dos y tres veces.
Muchas personas espetaron, frente a las críticas que recibió Barbie, que una película no tiene la obligación ni la necesidad de complejizar el tema, ni siquiera de darle matices. “Su objetivo es entretener, y lo logra”, sentenciaron otras; a pesar de lo difusas que siguen siendo hoy las líneas que separan una obra (de arte, como lo es el cine) de un producto de mercado (como lo dispone la industria cinematográfica).
“No hace falta profundizar un análisis” es la frase que sigue resonándome luego de que el largometraje de Greta Gerwig alcanzara la venta en taquilla de más de 1 300 millones de dólares y de que mereciera varios premios.
A la par, pienso en Poor Things (Pobres criaturas, de Yorgos Lanthimos), estrenada en diciembre de 2023, que superó, con creces, el sinsentido de “no hay que complejizar”, y sin etiqueta de feminismo.
Poor Things
Pobres criaturas, en su traducción al español, narra la vida de Bella Baxter desde su niñez mental (la protagonista piensa, siente y actúa como una niña en el cuerpo de una mujer adulta) hasta su madurez. La excusa de un viaje de aventuras hace de la travesía algo más que un recorrido por países. Nos permite escrutar la hechura anímica, temperamental e intelectual de Bella, que no solo va encontrándose a sí misma, sino además la materia social que moldea al mundo: injusticia, control, poder, placer…
El cuerpo deseante de Bella es un dispositivo central en la película, porque devela facetas de la sexualidad de las mujeres; comenzando por mostrar que se masturba abiertamente, que busca recurrentemente tener orgasmos y convida a las demás personas a que lo hagan, sin pudor y sin prejuicios. Mientras “crece”, Bella transita del artificio de la monogamia involuntaria hacia la exploración inevitable de otros encuentros sexuales.
Sus interacciones, no obstante, evolucionan en una vorágine de hechos llenos de contradicciones. La plenitud manifiesta de sus deseos choca con una moral social que la erige como una rareza provocadora, deseada y llamativa. Su espontaneidad la convierte en un imán, además de su inteligencia destellante, conocimientos científicos inusuales, voluptuosidad no forzada, comunicación sin filtros y “pocas” emociones.
Bella ha sido criada por un científico que cree que la emotividad fragiliza la razón. Esa bifurcación hace, por tanto, que la protagonista se debata entre el mar de emociones que provoca en ella el resto de las personas (ininteligibles para Bella, por su crianza y poca madurez), y lo pragmático de la vida.
El ejemplo más directo de esa lucha binaria es ella misma, su propio cuerpo. Los varones a su alrededor quieren “adueñarse” de ella, aislarla, retenerla, apresarla; aun cuando ya “la tienen” como compañía. El control sobre la sexualidad y sobre la vida misma de Bella se vuelve obsesivo particularmente para una de sus parejas, solo porque no puede someterla y ella no lo elige con el compromiso de la exclusividad.
Como a los tesoros —o a los objetos— a Bella Baxter todos quieren cautivarla y mandarla al cofre con candado de la masculinidad posesiva. Sin embargo, ella parece indomable. Durante todo el largometraje logra salvarse, a pesar de —o gracias a— las posibles torpezas de su edad mental o de su ingenuidad. Una y otra vez va conquistando pequeños espacios de libertad. Esquiva finales fatales gracias a su propia agudeza, mezclada con una inquietante transparencia de necesidades, deseos y acometidos.
A pesar de sus triunfos, Bella no es del todo una “empoderada sin miedos” como muchas críticas insisten. Bella es, también, un poco víctima. Es la (mala) víctima que no se desangra en lágrimas por los rincones, ni tiene ideas suicidas, ni es la mujer cuya carne es profanada por el lente en un rito de angustia (como sucedió, para muchos, con Blonde).
No obstante, es un poco poderosa y un poco víctima. Escarbando las capas narrativas de la historia, encontramos un sistema de (des)valores clasista, racista, sexista, patriarcal, que poco margen de astucia “empoderada” deja a la protagonista. Lo tiene, y ella lo detecta y aprovecha con dignidad y determinación; pero sigue siendo un margen de reacción precario para el peso que tiene ese sistema sobre la vida, precoz, de una joven.
Bella, al inicio, no entiende por qué todos la encierran; por qué le piden matrimonio, esa cárcel simbólica y real disputada por distintos sujetos en distintas circunstancias del largometraje. El acoso la transforma. Avanzan los minutos y Bella ya no es la misma; a eso le llamamos “madurez”, a la forma que vamos tomando a medida que aguantamos los golpes de la vida. Una forma que, aunque nos guste, quizá no habríamos elegido.
Por eso Bella siente y llora: por las injusticias, por la pobreza que sufren otros y, además, aunque no se mencione en la película, porque se da cuenta de que sobre ella pesa la misma opresión, pero de diferente forma.
La prostitución y las ideas socialistas fueron, en consecuencia, su parabán de resistencia y auto-resignificación cuando se quedó sin salidas. “Nosotras somos nuestro propio medio de producción”, es una de las frases más potentes del filme.
Sin duda es una cinta perturbadora para ojos morales. Como los espectadores que se levantaron de sus asientos en el Festival de Venecia durante la proyección por el sexo explícito; o como los censores de la escena del padre que contrata los servicios prostibularios del burdel para enseñarles a sus hijos pequeños y varones cómo tener sexo con una mujer.
Hay más. Cunnilingus lésbico interracial, prácticas sexuales con personajes abyectos, bebés muertos, pobreza extrema, mutilación genital, y hasta la propia repetición de palabras como masturbación, puta, clítoris, prostituta y socialismo, pueden causar resquemor para los más tradicionalistas.
El discurso de la liberación sexual como un campo blindado de realización, emancipación y poder para las mujeres no se relata como tal. Más bien la película nos muestra lo que realmente es ese discurso: un campo minado, en cualquier lugar, bajo cualquier circunstancia. Aun cuando algunas tengamos mayor o menor registro de libertad/liberación sexual, siempre navegamos asestando nuestros botes contra las riberas de un río que queremos dejar más caudaloso y ancho para las que vengan detrás.
Barbie y Bella, diferentes respuestas
Desde que leí la lista de nominados a los Globos de Oro, marqué Poor things entre las dos películas a priorizar, además de Anatomía de una caída. Solo por el título, del resto no sabía nada. Los premios obtenidos en ese certamen impulsaron su visibilidad y en las redes sociales comenzaron a aparecer apreciaciones. Evité leerlas a toda costa. Quería llegar a la pantalla grande como un papel en blanco. Porfié en verla en el cine y por ello pasaron semanas hasta confirmar que guiarme por mi instinto había valido la pena.
Es una película fabulosa. Y esta es solo una opinión nada experta en cuestiones de cine, aunque ávida del séptimo arte.
A medida que avanzaba el filme, iban acumulándose sorpresas. Desde las narrativas, el guión, la estética, el vestuario, el arte; con una complejidad argumentativa y visual deslumbrantes. La película va tomando color a medida que a Bella van marchitándole su espontaneidad traslúcida, como un acto de magia lento y tácito.
El hecho de arrojar mensajes del espectro feminista, sin pretenciosidad, sin rótulos, sin posturas forzadas, forma parte de la belleza de la obra. Cala en los afectos que producen los cuidados y en las otras maneras de gestionar deseos, emociones y vínculos.
La ira levantada por la ausencia de nominación a los Oscar de la directora Greta Gerwig y la actriz Margot Robbie (ambas por Barbie) bajo el “argumento” de que son mujeres y por tratarse de una película feminista, reitera la instrumentalización de las causas del movimiento. Aunque disfruté de la actuación de Robbie, no encuentro razones para que tales nominaciones tuvieran lugar. El “feminismo” no puede ser su justificación.
En cambio, Poor things las tiene todas. Emma Stone, quien da vida a la protagonista, ha coronado el filme con su actuación. La película no podría interpelar tanto desde el encantamiento mismo sin ella. La actuación de Stone es magnífica. Está por verse si la academia, tan conservadora en su haber, se “arriesga” y le otorga varios de los premios más importantes, de las once nominaciones que tiene en total.
Salí del cine y, tras breves minutos, comencé a llorar por tanta experiencia vivida surcando mis entrañas, y fascinada a la vez. Tantas veces me sentí en la piel de Bella Baxter, como sé que todas, en algún punto, hemos sido ella.
Finalmente, Barbie y Bella tienen puntos en común. Salen de sus burbujas a descubrir el mundo real, pero nos dan respuestas muy diferentes. Una nos deja jugando en la orilla, la otra nos lleva a bucear en lo profundo de nuestros océanos.
Imagen: Poor Things/IMDB
Publicado en: OnCuba News