Liban la vida y sus espinas, me estremecen. Nunca sonríen, pero aletean.
Las flores y el néctar son una misión muy seria.
Pequeños ícaros de jade, hacen que el mundo se reverse tierno a pesar de las piedras y el diluvio.
Aletean, dibujo de lo infinito, pálpito de la libertad más férrea, —No se engañen con el tamaño, es el calibre implosivo de la resurrección—
Tantos viajes al sol para quedarse con la inquietud de los segundos y salvarnos a nosotros de nuestra prisa.
Brújulas, relojes de arena, dioses del tiempo que me levantan los párpados con sus picos de almíbar para asomarme un mundo nuevo. Me ventilan la sonrisa.
Colibrí zurdo del sur, Huitzilopótchli, conocer los secretos del inframundo para traernos paz y no la guerra.
Mensajeros de lo justo que polinizan mis besos con el polvo del camino, y hasta allí me siembran el poder de la palabra, la potencia entera de sus cortas vidas.
Aletean, me salvo, diminutos milagros de la física.