Francia Márquez: Referente para las luchas de los feminismos nuestroamericanos
No hay que identificarse como feminista para representar las luchas feministas nuestroamericanas. Ese es el caso de Francia Márquez Mina, hoy vicepresidenta electa de Colombia y encargada del Ministerio de la Igualdad de ese país, quien, durante muchos años, no se reconoció como feminista, aunque en los útlimos tiempos ha ofrecido declaraciones que la enmarcan dentro del movimiento.
Ella, y el avance de sus demandas, transitan sobre los legados de los feminismos negros, decoloniales, populares, periféricos. Sobre los postulados de que no se puede ser antipatriarcal sin ser antirracista y anticlasista. Esta es una de las razones por las que muchas mujeres que lideran comunidades negras o indígenas no se reconocen como feministas, aún cuando comulgan y articulan en sus luchas los presupuestos de esos feminismos “otros” que a su vez se inspiran en las resistencias anticolonialistas ancestrales. Porque hay un feminismo hegemónico, blanco, occidental que reifica al patriarcado como principal sistema de opresión y porque ha pactado con las dinámicas asistencialistas y extractivistas del capital apropiándose de las luchas de los y las de abajo.
Estas no son interpelaciones ajenas a la construcción política de Francia Márquez Mina, quien ha demostrado que la categoría ‘género’ por sí misma no agota la explicación de las injusticias sociales. Sino que el género como categoría que explica la opresión de unos grupos sobre otros está también racializado, territorializado y marcado por la clase social.
Con la ascensión de Francia Márquez ha transcurrido también las históricas luchas de los pueblos negros y colonizados de Nuestra América, haciendo regresar a la discusión ciudadana y regional, a las pantallas y a las noticias, las escenas de expoliación, extrema pobreza, desalojo y criminalización de quienes habitan los territorios rurales. Por eso, su llegada a la vicepresidencia ha sido resultado también de los movimientos feministas, antirracistas y antineoliberales en Colombia. Y estos son los ejes fundamentales del programa político con el que llegó Márquez Mina a la contienda electoral: una atención central a las poblaciones preteridas y explotadas.
Sus demandas y posturas políticas comienzan a tener impacto desde 1997. Dada su fuerte oposición a la explotación minera indiscriminada y a la entrega fraudulenta de títulos mineros a multinacionales sin consulta previa, que provocaba el desplazamiento forzado de las comunidades negras y el impacto negativo contra el medio ambiente y el ecosistema hidrográfico del Valle del Cauca, fue nombrada representante legal del Consejo Comunitario del corregimiento de La Toma de Suárez entre 2002 y 2007.
Así, interpuso una acción de tutela con base en la violación del otorgamiento de título inconsultos y en la defensa del territorio de una comunidad ancestral como La Toma, impidiendo las órdenes de desalojo también mediante acciones movilizativas.
Asimismo, mediante la Asociación de Consejos comunitarios del Norte del Cauca ha exigido la garantía de los derechos humanos del pueblo afrocolombiano, no solo de esa región, sino también de todo el país. Siendo integrante de la Organización Proceso de Comunidades Negras, fortaleció los procesos organizativos de las comunidades negras para la resistencia contra la minería y sus actividades ilegales, mediante la creación de espacios de vida digna.
Estas actividades la llevaron a ser presidenta de la Asociación de Mujeres Afrodescendientes de Yolombó, con la que organizó la Marcha de los Turbantes de Mujeres Negras por el Cuidado de la Vida y los Territorios ancestrales. La movilización llegó hasta Bogotá, logrando en el 2011 el reconocimiento como sujetos de reparación colectiva a 27 consejos comunitarios del Norte del Cauca.
Para el 2015 fue nombrada Defensora del año recibiendo el Premio Nacional por la defensa de los derechos humanos en Colombia, en especial por su liderazgo en “La marcha de los Turbantes”; en el 2016 participó en los diálogos para la Paz entre el gobierno de su país y las FARC-EP logrando como resultado el Capítulo Étnico para la Paz; en ese mismo año realizó el primer Encuentro de Mujeres Afrodiaspóricas por el cuidado de la vida y los territorios ancestrales con la presencia de mujeres de todos los rincones de Colombia y del extranjero también; y en el 2018 le otorgan el Premio Goldman de medio ambiente.
Su transitar político no está impregnado de demandas de igualdad salarial entre hombres y mujeres en el mundo corporativo; ni de ‘mi cuerpo es mío’ para reclamar el derecho a decidir; no ha sido a través de pintas en las paredes ni de quemas institucionales que ha logrado irrumpir en el entramado estatal colombiano para verificar algún cambio en términos democráticos populares. Tampoco ha logrado la adherencia de millones (contando a las personas extranacionales) bajo esas premisas y estrategias. Más bien, su puja política ha estado impregnada de demandas donde se reflejan las mayorías como la justicia laboral, la justicia comunitaria, el reconocimiento de sujetos colectivos, la justicia étnico-racial, la justicia ambiental, justicia reproductiva, justicia social desde abajo y autodeterminación de los pueblos; mediante la articulación movilizativa de varios sectores de desposeídos y usando, a veces, herramientas legales y simbólicas que son más trascendentales que otras acciones de lucha ya mencionadas y que, aunque tienen un valor contestatario para un momento histórico puntual, no por eso dejan de ser fugaces en el tiempo.
Francia Márquez nos ha demostrado que las iniciativas individuales o reducidamente grupales tienen valor, pero no son suficientes para una transformación social orgánica e integral. No para el impulso de políticas y narrativas en beneficio de todes, incluyendo las periferias. Ha demostrado que es trascendental el carácter colectivo y articulado de las agendas y de las luchas. También que es importante la conciencia colectiva de clase, raza, género y territorio, para poder distinguir los peligros que el capital y su hegemonía suponen en la alienación de los movimientos sociales. Desde la mercantilización de los feminismos empaquetados en productos comercializables, pasando por la sustracción de la radicalidad de las luchas mediante la ponderación de iniciativas netamente identitarias y desconectadas de las desigualdades reales, hasta en la oenegeización fragmentada, asistencialista y clientelar.
Es importante recordar la génesis de su candidatura presidencial y del movimiento que la impulsó llamado Soy porque somos. Frase que proviene de la palabra Ubuntu, de origen sudafricano. Ubuntu, que en zulú significa ‘una persona es una persona a causa de los demás’ y que fuera asumida también por el icónico Nelson Mandela, ha sido la filosofía organizativa y comunal que ha modelado, no solo la irrupción electoral de Francia, sino que ha explicado su trayectoria y maduración política. “Soy un eslabón de la cadena y la cadena no se rompe aquí”, “Soy porque somos”, ha reiterado en varios pronunciamientos públicos. En efecto, su triunfo no ha sido a título personal, sino que representa el de todas las comunidades negras, rurales e indígenas de su país.
“Yo represento a los nadies y a las nadies de Colombia” y “Es hora de que los nadies y las nadies nos pongamos de pie”, han sido de las frases más potentes de su quehacer político. Inspirada en el escrito del querido escritor uruguayo Eduardo Galeano, los nadies y las nadies son los sujetos subalternizados por la negritud, por el origen territorial periférico, por la pertenencia étnica, por ser mujeres sobre todo empobrecidas, o por no contar en las historias oficiales. Estos sintagmas cobran un nuevo significado en las luchas populares de las izquierdas en nuestra región.
La propia Angela Davis, desde la concepción de un feminismo negro y marxista manifestó una de las máximas fundamentales para el movimiento en el año 2017 en una conferencia mientras visitaba la Universidad Federal de Bahía (UFBA):
«Cuando la mujer negra se mueve, toda la estructura de la sociedad se mueve con ella, porque todo se desestabiliza a partir de la base de la pirámide social en la que se encuentran las mujeres negras, se cambia la base del capitalismo» (Alves, 2017).
En efecto, Francia Márquez y Soy porque somos, han sido un terremoto para las lógicas democráticas no solo de Colombia sino también de América Latina y el Caribe. Han abierto un surco entre una institucionalidad caracterizada por el clasismo y el racismo. No obstante, mantener despejado ese camino y encontrar más intersticios que representen autodeterminación y respeto para los pueblos y las comunidades deberá ser construido de manera articulada entre los nuevos poderes y los viejos movimientos.
También Ángela Davis ha reiterado que, a pesar de que los feminismos latinoamericanos siempre hacemos referencia a las obras y legados de las feministas negras estadounidenses (entre las que se encuentra ella misma, Patricia Hill Collins o bell hooks), en nuestra región tenemos referentas con la misma potencialidad en la teoría y en la praxis (Alves, 2017; The People’s Forum NYC, 2021), y con mayor asertividad para nuestros contextos, como Lélia Gonzalez.
En su ensayo La categoría política-cultural de Amefricanidad (Gonzalez, 2020), la afrofeminista brasileña resume que:
“Las implicaciones políticas y culturales de la categoría de africanidad (Amefricanidad) son, de hecho, democráticos; exactamente porque el término nos permite superar las limitaciones territoriales, lingüísticas e ideológicas, abriendo nuevas perspectivas para una profundidad de esa parte del mundo donde se manifiesta: AMÉRICA en su conjunto (Sur, Centro, Norte e Insular).”
Y así lo ha hecho Francia en los últimos años. Ha impactado lo que Lélia ha llamado la Améfrica Ladina, con un movimiento iniciado desde la específica condición de las comunidades negras rurales, y que logró trenzarse con otras luchas políticas anticoloniales y anticapitalistas representando una fuente de inspiración transnacional. Márquez demostró que, tal y como lo había planteado Lélia, no somos minorías; América Latina y el Caribe es indígena y es africana. De ahí su sismo democrático:
“Una ideología de liberación debe encontrar su experiencia en nosotros (…); no puede ser externo a nosotros e impuesto por otros que no somos nosotros (…); debe derivarse de nuestra experiencia histórica y cultural especial” (Molefi K. Asante, citado por Gonzalez, 2020, p. 124)
También Lélia Gonzalez, en Por un feminismo afrolatinoamericano, nos recordaba en 1988 que una de las grandes contradicciones del movimiento feminista latinoamericano era el racismo. De cómo las personas amerindias y amefricanas eran subordinadas a la categoría política de la latinidad lo que implicaba una ideología del blanqueamiento y una internalización de la inferioridad, y cómo esto se reproducía al interior del feminismo. Y, a pesar de que el propio feminismo había desarrollado nuevas formas de ser mujer, sobre todo a partir de los análisis del “capitalismo patriarcal o patriarcado capitalista”, el racismo, y las sujetas amerindias y amefricanas, eran desplazadas de las demandas, y arrinconadas en los movimientos (Gonzalez, 2020).
Justamente ese “no reconocimiento” posibilitó otras alianzas, con otras luchas, y hoy Márquez Mina mediante la cosmovisión del Ubuntu nos deja muchísimas lecciones acerca de las estrategias de luchas, de los sujetos políticos del movimiento feminista, y de no perder de vista que la negritud, la subalternidad, el indigenismo y más, son categorías, sí culturales, pero, y en tanto, políticas; marcadas por desigualdades reales, materiales e históricas.
Ese “olvido” del feminismo latinoamericano ha borrado demandas no centradas en el género y el patriarcado, ha anulado subjetividades no hegemónicas y ha desradicalizado la lucha contra el neoliberalismo. En ese orden de desplazamientos, el fenómeno Francia Márquez Mina ha llegado para hacer memoria, para (re)nombrar, (re)significar y para poner en el centro la subalternidad construida desde la amefricanidad y contra las fuerzas neoliberales.
Este recorrido le hizo ganar poderosos enemigos por los que ha sufrido amenazas y atentados directos contra su vida con armas de fuego, como el acontecido durante una reunión en el 2018 con la Asociación de Consejos Comunitarios del Norte del Cauca.
Hija de madre partera, agricultora y minera, y de padre también agrominero, Francia Márquez trabajó desde adolescente como minera de oro artesanal en su comunidad y luego como empleada doméstica en Cali. Con 16 años fue madre sola y, pasados los años, ya con su segundo hijo, logró titularse de abogada. Estas génesis marcan también una pauta sinigual dentro de los feminismos latinoamericanos, dentro de los gobiernos progresistas de izquierda y dentro de las llamadas democracias paritarias. Cuando han sido mujeres las que han tomado el mando en este tipo de gobiernos, han sido blancas, no empobrecidas, instruidas, con carreras políticas y en algunos casos también militante, pero nunca desde la absoluta subalternidad; en muchos casos han asumido la “masculinización” de sus investiduras y han sido asimiladas por las hegemonías, desde la oratoria hasta en el formalismo eurocéntrico de sus mandatos. Francia ha dinamitado estas estructuras colonizadas.
Desde que Márquez Mina llegara como candidata a la Cámara de Representantes del Congreso colombiano en el año 2018, sabía la importancia y potencia de las luchas colectivas, de las voces de los pueblos marginalizados a los que ella pertenecía y, sobre todo, de la vital y urgente necesidad de trasladar las experiencias de vida de estas comunidades en la proyección política del país.
En una de las conversaciones con Ángela Davis, Francia sintetiza su programa político: “ocupar el Estado para ponerla al servicio de la vida” (The People’s Forum NYC, 2020). Sobre todo, ocuparlo de mujeres negras en distintos espacios, ocuparlo de las personas subalternizadas históricamente. Dice que ese es su sueño, por más que sepa que el color de la piel no garantiza la disputa por los derechos de los y las de abajo. Sin embargo, llegar al Estado en un país altamente racista, misógino y clasista como el suyo (dicho por ella misma) es una vía fundamental para despatriarcalizar y descolonizar nuestras sociedades. Sabe, y es un ejemplo de ello, que sin las luchas de las mujeres racializadas y sin la herencia de la resistencia ancestral, la justicia antirracista y antipatriarcal no sería posible.
Márquez Mina se ha pronunciado determinantemente contra el Plan Colombia, contra la implementación de las políticas antidrogas que provocan el encarcelamiento de la gente negra y empobrecida, que desplaza forzosamente a las comunidades, y ha denunciado que esos programas son impulsados por los distintos gobiernos de los Estados Unidos y sus planes prohibicionistas. “En términos de la droga no ha sido eficaz y lo que ha servido es para poner los muertos en los territorios y para dejar el dinero en los bancos” (The People’s Forum NYC, 2021), sentencia Francia.
Cuando Kamala Harris tomó posesión de su cargo, Francia Márquez le escribió una carta en donde la interpelaba a propósito de las declaraciones de Harris sobre rescatar la moral de su país. “Recuperar la moral de los Estados Unidos, implica en primer lugar fomentar y apoyar que la paz sea una realidad, y para que la paz sea una realidad en este camino tiene que comenzar por la legalización de las drogas en Colombia que está cobrando vidas, que está desterrando a la gente, que está volviendo hoy a la gente negra en muchos territorios, a la gente indígena, a la gente campesina a vivir en condiciones similares a la esclavitud (…) También implica su compromiso real de frenar la crisis ambiental que hoy nos expulsa, que hoy permite que como pueblo vivamos las presiones de estas empresas multinacionales que despojan, que destierran y que usan la violencia armada para posicionarse en nuestros territorios”, comentó sobre su carta.
El gobierno recién electo tiene condiciones muy difíciles para aspirar a medidas radicales que reviertan los intereses de los poderes y corporaciones hegemónicas, y que desarticulen la persistente colonialidad de sus instituciones y administración. También espinoso será romper con las estructuras neoliberales que se han ido consolidando de conjunto con las siete bases militares estadounidenses en Colombia y la presencia de empresas especializadas en seguridad y defensa de ese país norteamericano. El ejército colombiano es uno de los 5 que más ha crecido en el mundo en los últimos veinte años, de ahí que en 2017 Colombia ingresara como socio global de la OTAN. Además del problema de la presencia en los territorios de grupos armados y del narcotráfico amenazando a las comunidades.
La complejidad de la encrucijada histórica es evidente. Lo sabe Francia, el movimiento Soy porque somos y sus votantes. Pero, si así la articulación entre los distintos movimientos desde abajo fraguaron la victoria del Pacto Histórico, la integración de los países de la región puede ser un camino más para “poner al Estado al servicio de la vida”.
La propuesta antiimperialista de Márquez Mina explicada anteriormente incluye también interrumpir la colonialidad al interior de los estados-nación. La colonialidad del poder (categoría desarrollada por Aníbal Quijano), pero también la colonialidad del ser, del saber y de la naturaleza (Walsh, 2008) son derroteros de su quehacer político y han marcado la esencia de las luchas que ha encabezado.
“Un proceso de descolonización desde las experiencias situadas de las latinoamericanas y caribeñas supone entonces rescatar diversas propuestas epistemológicas y políticas relocalizando el pensamiento y la acción para anular la universalización, característica fundamental de la modernidad occidental.” (Curiel, 2009)
Es lo que ha venido haciendo y hace Francia Márquez. Desde el auge de Soy porque somos, el cambio de las narrativas, de los recursos simbólicos, discursivos, hasta la propia representación de las subjetividades periféricas han taladrado concepciones unificantes y eurocéntricas de la política.
Ochy Curiel amplía en sus reflexiones señalando que:
“Estas propuestas críticas del feminismo latinoamericano y caribeño son posiciones de oposición al feminismo ilustrado, blanco, heterosexual, institucional y estatal, pero sobre todo un feminismo que se piensa y repiensa a sí mismo en la necesidad de construir una práctica política que considere la imbricación de los sistemas de dominación como el sexismo, racismo, heterosexismo y el capitalismo, porque considerar esta “matriz de dominación” como bien la denominó la afroamericana Hill Collins es lo que da al feminismo un sentido radical.”
Estos rasgos, por más que sean difíciles de desarmar en los próximos cuatro años, no son aristas menores de la propuesta de Márquez y Soy porque somos. Los conflictos medioambientales, especialmente antiextractivistas y antimineros de manera indiscriminada, entendidos como la colonialidad de la naturaleza en tanto “división binaria naturaleza/sociedad, descartando lo mágico-espiritual-social, la relación milenaria entre mundos biofísicos, humanos y espirituales, incluyendo el de los ancestros” (Walsh, 2008, p. 138); han sido el punto nodal de las disputas entre los gobiernos progresistas de la región y las comunidades. Sin embargo, ha sido esa vocación la que alzó y llevó a la vicepresidencia a una mujer negra, de procedencia rural y minera, con una batalla inclaudicable por la protección del medio ambiente y los ecosistemas que caracterizan el Valle del Cauca.
Los feminismos populares y de izquierda no pueden dejar de atender las formas en que se reproduce la matriz colonial (del poder, del ser, del saber y de la naturaleza, según Catherine Walsh) al interior de nuestros Estados. Colonialidad, capitalismo, patriarcado y neoliberalismo conforman lo descrito por Ochy Curiel y que Patricia Hill Collins denominó la matriz de dominación. Son sistemas imbricados, no aditivos. La reproducción de uno solo no es posible sin el desarrollo de los demás sistemas, entonces, desmantelar uno va a implicar desmantelarlos todos.
Liberarnos de los imperios implica la liberación de las comunidades y de nuestros pueblos. Alcanzar al Estado y las instituciones conlleva articular esa necesaria promesa.
Walsh plantea que esos esfuerzos forman parte de los movimientos sociopolíticos ancestrales, como insurgencia epistémica y política. En efecto, Márquez Mina ha manifestado en innumerables ocasiones que su lucha y la de las comunidades que han confiado en su liderazgo, es una lucha de nuestros ancestros y ancestras, no solo por el desafío que representan ante los Estados neoliberales, “sino también por poner en escena lógicas, racionalidades y conocimientos distintos que hacen pensar el Estado y la sociedad de manera radicalmente distinta” (Walsh, 2008, p.134)
Esos nuevos caminos, que ya han comenzado a trazar/transitar Francia, Soy porque somos y las comunidades que la respaldan, prometen una ruptura histórica de sumisión geopolítica y decolonial intramuros, y esas rutas han sido labradas también en Colombia por los movimientos feministas no hegemónicos, también denominados afro-latino-americanos, de los cuales debemos tomar nota en el resto de la región.
Es un triunfo, también, de nuestras genealogías feministas, de aquellos feminismos sin olas. El sujeto o los sujetos políticos del feminismo nuestroamericano no están constreñidos a la genitalidad, al género, ni a las coloniales etiquetas políticas. Nuestro(s) sujeto(s) político(s) son colectivos y se basan en las genealogías de nuestras luchas. Esas luchas marcadas por la amefricanidad antipatriarcal, anticapitalista y decolonial. Y Francia Márquez es fruto de ellas y es, a su vez, la articulación de esas demandas ancestrales.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Alves, A., “Angela Davis: ‘Cuando la mujer negra se mueve, toda la estructura de la sociedad se mueve con ella’”, en El País, 2017, https://elpais.com/internacional/2017/07/27/actualidad/1501114503_610956.html
Curiel, O., Descolonizando el feminismo: una perspectiva desde América Latina y el Caribe, 2009, https://feministas.org/IMG/pdf/Ochy_Curiel.pdf
Gonzalez, L., Por un feminismo afrolatinoamericano, org. Flavia Rios e Márcia Lima, Zahar, 2020,https://mulherespaz.org.br/site/wp-content/uploads/2021/06/feminismo-afro-latino-americano.pdf
The People’s Forum, “’Soy Porque Somos’: Una conversación entre Francia Márquez Mina and Angela Davis”, YouTube, 2021, https://www.youtube.com/watch?v=dNZSXzlDGag
Walsh, C., “Interculturalidad, plurinacionalidad y decolonialidad: Las insurgencias político-epistémicas de refundar el Estado”, Tabla-Rasa, No. 9, julio-diciembre 2008, pp. 131-152.
Alina Herrera Fuentes es abogada y militante feminista antirracista, Investigadora en el Seminario Feminismos a la Izquierda del INFP, integrante del Grupo de Trabajo de CLACSO “Crítica jurídica y conflictos socio-políticos”, candidata a Maestra en Género, Política y Sociedad por Flacso Argentina, Licenciada en Derecho por la Universidad de La Habana, y graduada en varias diplomaturas sobre Feminismos en América Latina, género, políticas públicas y pensamiento crítico decolonial.
Imagen: Revista Memoria
Publicado en: https://revistamemoria.mx/?p=3618