Ser mujer cubana y extranjera: un viaje al centro del miedo
Salí corriendo del edificio de la Torre II de la ciudad universitaria de la UNAM. Se me hacía tarde para llegar a casa, vencía el tiempo de cuidados de mi hijo y debía reemplazar a su padre, que cumpliría otras obligaciones laborales. Repasaba en mi mente los pasos que seguían: tomar un taxi, agarrar la guagua de las 2 pm, agarrar otro taxi, llegar y jugar un rato, hacer la comida, bañarlo, bañarme, etc. Durante ese recuento mental saqué la mano desesperada para detener a algún taxi. Todos pasaban de largo. Siento un claxon, me volteo y, en efecto, un alma caritativa detectó mi desesperación y se detuvo más adelante.
Corrí, abrí la puerta y me monté en el coche. Muy amable y sonriente el chofer me saludó preguntándome el destino: Terminal Taxqueña, por favor. Al fin salimos, suspiré. Pero el señor comenzó a platicar y a hacer preguntas incómodas sobre mí y sobre mi vida. Giraba su cara para mirarme a los ojos. Divagaba acerca de la sociedad y la moral, acerca de los mexicanos, las mexicanas y lo inmoral, de la obediencia, el servilismo y el poder (el del Estado, el del ejército, el del narco y el de los hombres). Pasados unos minutos, se volteaba ya no solo a mirarme a los ojos sino también a señalarme con el dedo, no entendía por qué ni para qué, o al menos no lo recuerdo, solo sé que el corazón se me salía por la boca. Estaba encerrada en un taxi, con un hombre sospechoso, en el sur descampado y laberíntico de la imponente ciudad de México, y sola. Sola siendo mujer, con un hombre desconocido e intimidante.
Compartí mi ubicación en tiempo real con varias personas, pregunté si realmente me dirigía a la terminal de ómnibus, simulé una llamada por teléfono pero el chofer no cesaba de mirarme, fuera directamente o a través del espejo retrovisor, que ya había acomodado para poderme observar completamente. Me respondieron que sí, que me dirigía a la terminal por un camino diferente al habitual. “Seguramente es por el tráfico” (me dijo un amigo, hombre); “sal de ahí” (me dijo una amiga, mujer). Al detectar que no le prestaba atención por una simulada llamada telefónica, el chofer subió el volumen de la radio a altos decibeles. Tomé plena conciencia en ese instante del acoso y del peligro, de que estaba desamparada y a merced de un tipo que podía hacer de mí lo que entendiera, en un lugar desconocido, caótico y hostil, y en un trayecto que tampoco dominaba. Había perdido toda autonomía, no lograba tomar una decisión, no podía abrir la puerta e irme, el auto en movimiento, un taxista lograba tener pleno dominio sobre mí, sobre mi vida.
En México, la percepción de inseguridad alcanzó un máximo en el 2018 de 79.4% para el total de la población, sin embargo, la percepción para las mujeres fue mayor que para los hombres: el 82,1 % de las mujeres contra el 79,4% de los hombres. Asimismo, para el 2021, el transporte público (incluidos los taxis) figuró como el tercer espacio físico más peligroso, nuevamente con una percepción mayor para las mujeres, pero esta vez superior en casi 10 puntos porcentuales, según la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública 2021 (ENVIPE).
El estudio incluyó un elemento descriptivo fundamental, y es en qué tipo de peligros están montadas esas percepciones de inseguridad. Para ello se estudiaron los delitos cometidos en el espacio público y las diferencias entre uno y otro género 1 fueron notorias. Mientras el 10,8% de los delitos sexuales (hostigamiento, manoseo, exhibicionismo, intento de violación y violación) se cometieron contra mujeres, el 0,8% fue contra los hombres. Respecto a los asaltos y robos con violencia, el comportamiento fue muy similar para ambos, un 20,7% contra mujeres y un 24,4% contra hombres. Es decir, las mujeres tenemos miedo en la calle porque nos pueden violar, y también asaltar.
Pero hay más. En México mueren aproximadamente 10 mujeres diariamente por violencia basada en género y, de acuerdo con los datos de la ENVIPE, un factor clave de diferenciación de los feminicidios es el lugar de ocurrencia, siendo el de mayor incidencia la vía pública (38,9% de los homicidios contra mujeres fue en la vía pública y el 23,2% en las viviendas).
Y si son 10 las muertas diarias son aproximadamente 6 las desaparecidas cada día. Todas las mañanas se asoma a mis redes sociales un anuncio de una mujer mexicana hallada sin vida y con signos de violencia, o desaparecida. La hipótesis dominante que explica este segundo fenómeno es la trata de personas con fines sexuales, cuyas víctimas principales son las menores de entre 12 y 17 años.
En efecto, los primeros consejos que me dieron varias mujeres al arribar a estas tierras fueron: nada de minifaldas, nada de pantalones ajustados, mucho menos leggins (lycras), evita el escote, no salgas sola después de las nueve de la noche, el metro es un foco de abusos lascivos y nunca te subas sola a un taxi de la calle 2. Poco a poco, el estado de alerta se volvió (casi) permanente en mi vida cotidiana y, lamentablemente, natural, pasando por muchos episodios de miedo.
Si bien con el tiempo aprendí que todas esas advertencias eran relativas (por ejemplo, las prendas de vestir no determinan la violencia feminicida ni la agresión sexual, y la mayoría de las adolescentes y niñas desaparecidas son secuestradas durante el día y en el trayecto de sus casas a la escuela o en su zona de residencia), escucharlas por primera vez me causó espanto y preocupación. Como extranjera, no lograba detectar bien los episodios agudos de peligro, y no solo por extranjera, sino por venir de un país como Cuba.
Siempre lo cuento, hace poco más de diez años, en mi país, me quedaba dormida en taxis y guaguas. Caminaba con precaución; a veces, bajo determinadas circunstancias, con miedo; pero esas no eran las reglas de mi día a día, tampoco las de la mayoría de mis coterráneas: en Cuba, la vía pública no es un espacio potencial donde puedes desaparecer o donde te pueden secuestrar.
También es innegable el impacto que ha tenido en nuestra formación la educación laica, la trascendencia del papel de las mujeres en la conformación de nuestra nación y en la historia más reciente de la revolución cubana, las acciones que desde el Estado se desarrollaron durante las primeras décadas después de 1959 sobre la base del poder popular de las mujeres y su integración a los espacios públicos. Más de una teórica feminista hace alusión al caso de Cuba y la paridad de género en los órganos representativos del Estado como un mérito a estudiar, ya que este logro no ha sido resultado de la puesta en vigor de una ley. También las medidas tomadas a favor de la autonomía del cuerpo de las mujeres (el aborto, la planificación familiar, etc.) han ayudado a la construcción de un sujeto mujer, de manera individual y colectivo, más independiente y autónomo.
Se crea o no, y aún con los sesgos machistas que se han incrementado en las escuelas y en la sociedad cubana actual, a pesar de que falta mucho por reivindicar acerca de las mujeres en la historia de Cuba más allá de las guerras de independencia, y todavía sorteando el escabroso camino del sexismo y la discriminación en todas las esferas de la vida, esas dimensiones intangibles de la nación y que tenemos impregnadas en nuestra manera de manifestarnos y relacionarnos, pueden ser trascendentales en horas aciagas como las mías. En aquel taxi en la Ciudad de México, una fuerza inexplicable e incontenible se desbordó por mi voz al punto tal que, el taxista que no quería detenerse, se detuvo, bajándome del coche mientras le azotaba la puerta, desorientada, temblorosa, pero viva.
Y volviendo a Cuba, aunque contemos con una historia de país inigualable en muchos aspectos, la crisis que se vive actualmente ha disparado la percepción de inseguridad en la calle. La escasez y la precariedad en períodos de agudización de las desigualdades sociales provocan un aumento de las situaciones delictivas. Están siendo recurrentes las historias de asalto y robo, contadas por amistades muy cercanas, vecinos e incluso por familiares como víctimas directas. Cualquiera te hace un comentario de “cómo están asaltando en la calle”. Muchas personas han decidido no sacar el celular en los espacios públicos, no andar con joyas o prendas llamativas, asegurar carteras y mochilas, evitar la noche o los lugares oscuros. Eventos que contrastan con un pasado no muy lejano. Pero, ¿qué pasa con las mujeres? ¿cuál es el comportamiento de los delitos en la vía pública en donde las mujeres somos, en alto grado, más proclives a ser víctimas?
Lamentablemente en Cuba no se sistematiza esta información tan vital para la prevención o, al menos, no se publica. Todavía recurrimos a la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género del año 2016, donde se ha registrado la única tasa de femicidios que, además, no tiene en cuenta los cometidos fuera del ámbito de la pareja. No sabemos a ciencia cierta cuál ha sido el comportamiento de este delito ni de otros, ni cómo su diferenciación por género (no solamente entre hombres y mujeres, también contra aquellas personas con otras identidades de género no hegemónicas). Cuáles las zonas públicas de mayor recurrencia, los territorios más proclives, la forma en que se cometieron tales episodios, incluso la edad, procedencia, raza y más información de las víctimas. Tampoco se puede aseverar en qué grado ha aumentado la percepción de la inseguridad, por tanto, sería muy difícil trazar rutas efectivas hacia la prevención y la mitigación.
No obstante, teniendo en cuenta que en cualquier época las mujeres cubanas hemos tenido que habitar el espacio público en desigualdad de condiciones, es necesario articular respuestas inmediatas más allá de la concientización y el desmontaje cultural, también imprescindibles.
Ha habido iniciativas civiles que, aún sin concretarse, movilizaron el debate acerca de la violencia basada en género en los espacios públicos, como por ejemplo mapear los lugares del país donde las mujeres, y personas en general, han sufrido algún tipo de agresión sexual, desde exhibicionismo, acoso hasta la violación. También la prensa (estatal y no estatal) y otras plataformas digitales han abordado este tema3, aunque sin lograr mayor trascendencia.
Se han dado los primeros pasos formales contra la violencia de género en el país, por ejemplo, recientemente se aprobó, mediante Acuerdo del Consejo de Ministros, la Estrategia Integral contra la violencia de género e intrafamiliar, la que obliga a todos los organismos de la administración central del Estado a crear sus normativas referentes a la violencia basada en género. No existen precedentes similares en nuestra legislación, por tanto, el cuerpo legal tiene mucha relevancia jurídica y política.
Otro ejemplo se encuentra relacionado al Proyecto de Código de las Familias actualmente en fase de consulta popular. Allí se describe, por primera vez en nuestro ordenamiento jurídico, qué se entiende por violencia basada en género, sus tipos y manifestaciones. Paralelamente, el Anteproyecto de Código Penal contiene de manera novedosa el acoso laboral y lo que conocemos como feminicidio en uno de los apartados del tipo penal asesinato.
A la par, es importante destacar las posibles limitaciones de estas regulaciones. Las normativas que aprueben los organismos del Estado en base a la Estrategia Integral no pueden quedarse como meros articulados tramitadores de demandas; el Código de las Familias se aplicará al marco de la familia como lo indica su nombre; y el Código Penal sigue siendo de ultima ratio (o de aplicación para última instancia), con un enfoque muy punitivo y en escenarios que son casi siempre irreversibles. Desde la propia prensa estatal se ha argumentado que estos pasos necesitan mayor integralidad en las leyes “antes de que la situación tome un rumbo más peligroso”.
Para que esta serie de instrumentos jurídicos cumpla el objetivo de salvaguardar la integridad física, emocional y sexual de las mujeres, individualmente y como colectivo; y de coadyuvar al logro de vidas libres de violencia, son necesarios estudios, cifras y estadísticas de comportamiento de situaciones delictivas en base al género que permitan diseñar y trazar hojas de ruta encaminadas a su prevención, de manera integral e incluyendo los espacios públicos. También la operacionalización dinámica y multidisciplinaria de otras Ciencias sociales y de actores u organizaciones con experiencia en el problema propiciarán la eficacia de estas iniciativas. De lo contrario tendremos un ordenamiento jurídico que contemple la violencia de género, lo cual es imprescindible, pero sin potencia para su erradicación.
El encadenamiento entre estadísticas, políticas públicas, programas, leyes, instituciones y sociedad civil que permita dinamismo en los debates y en las acciones, será potencialmente transformador para las mujeres y la sociedad en general. Cuidar la herencia de las transformaciones sociales que han beneficiado a las mujeres cubanas no se reduce a una vigilia de lo conquistado, también significa poder gestionar eso legado.
La avanzada de los conservadurismos, los fundamentalismos, y las prácticas neoliberales capitalistas, que son algunas de las bases fundamentales del desate de la violencia de género en México, y no son una excepción en términos absolutos para el escenario cubano, a pesar de las grandes diferencias en sus magnitudes. Y frente a ello no son suficientes las instituciones por sí solas, son medulares también las mujeres organizadas en toda su pluralidad, los colectivos LGBT, los antirracistas y más. Una muestra de ese riesgo lo fue el debate del Artículo 68 del anteproyecto de la actual Constitución, en cuyo contexto las iglesias se enfrentaron a grupos LGBT, en desventaja organizacional.
El acompañamiento de las mujeres y personas afines al tema en estas fases de creación e implementación de leyes y programas con perspectiva de género es medular para el éxito de la voluntad política del Estado y para los propios colectivos. Ya vimos pasar la primera generación de leyes contra la violencia doméstica en los finales de los noventa; la segunda generación de leyes integrales, aunque estamos a tiempo, todavía no se asoma como certeza. Aunque se ha dicho que la Estrategia es el fruto del trabajo de feministas cubanas desde inicios de la década de 1990, un Acuerdo no se equipara a una Ley y menos en el 2022. Es hora de ver a la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) con el lenguaje actualizado de la juventud cubana, que se vuelva multicolor, entre pelos verdes, afros y violetas, estética de piercing y tatuajes, cuerpos trans y no hegemónicos, de surco y de ciudad, de negritudes periféricas y obreras de provincia, de manos jóvenes y manos añosas. Es momento de empaparla de los problemas cotidianos y desbordarla de soluciones y propuestas colectivas, eso es también una manera portentosa de salvaguardar tanto conquistado, de cuidar el trabajo realizado, de alcanzar más que lo logrado, de interrumpir la desidia y el escepticismo y no dejar que se vuelvan naturalmente crónicos, de rescatar el sosiego de los paseos en la vía pública, y hasta del sueño en un taxi.
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Notas:
1 La encuesta atiende al sistema binario de género (mujer u hombre cisgénero)
2 Los llamados taxis de la calle son aquellos que no tienen una central que les controle los viajes, en cambio, los taxis de sitio suelen proveer mayor seguridad porque cuentan con un monitoreo de sus viajes y choferes, estos últimos son más caros.
3 Otros ejemplos: Dailene Dovale en Juventud Rebelde. Avianny Delgado Herrera en Adelante. Y Matria,
Foto: Francisco Guasco, EFE
Publicado en: OnCuba News