Antirracismo,  Género

El ‘color’ de la violencia de género

La Encuesta nacional contra la violencia de género realizada en Cuba en el año 2016 reflejó que las mujeres racializadas de entre 15 a 74 años habían sido afectadas en mayor medida por la violencia de género en sus relaciones de pareja durante los últimos 12 meses, aunque con un diferencial discreto: el 28,2 por ciento de las mujeres mestizas, contra el 26,1 de las mujeres negras y el 26,1 de las blancas.

No obstante, esos diferenciales pudieran distanciarse y ser aún mayores para el caso de las mujeres negras y mestizas si se tiene en cuenta que, por ejemplo, el estudio se basa en que las mujeres encuestadas pudieran reconocer el impacto de la violencia de género sobre sus vidas y, para ello, el nivel de estudios concluidos jugó un papel fundamental.

En la Encuesta, fueron las mujeres sin nivel educacional y con solo nivel primario quienes menos identificaron manifestaciones de violencia de cualquier tipo , mientras que las mujeres con nivel medio, medio superior y superior concluidos fueron quienes más identificaron que habían sido afectadas por la violencia de género (17,6 por ciento de mujeres sin nivel educacional contra 29,6 por ciento con nivel universitario concluido; casi el doble de diferencia)[1].

Si relacionamos lo anterior con que las mujeres mestizas en Cuba son las que más se encuentran representadas entre la población sin estudios, y son las que menos concluyen sus estudios universitarios, es probable que el porcentaje de mujeres mestizas que detectaron ser víctimas de violencia de género (28,2 por ciento) sea un subregistro de la situación real. De igual manera la Encuesta arrojó que fueron en las provincias Orientales donde menos de identificaron las violencias de género cuando, al mismo tiempo, son estos los territorios donde existe mayor cantidad de población negra y afrodescendiente.

Por su parte, que los datos recabados hayan estado limitados a las relaciones de pareja, condicionan igualmente los resultados y los diferenciales arrojados ya que, por ejemplo, son las mujeres negras las que menos se encuentran en relaciones de pareja y, sin embargo, el porcentaje de mujeres negras impactadas por la violencia de género es igual al de mujeres blancas (un 26,1 por ciento para ambos grupos).

Lo anterior da la medida de la importancia de que los estudios, investigaciones, encuestas y censos atiendan a un enfoque interseccional y disgregado que tenga en cuenta distintos vectores de opresión simultáneamente. Además de números, es imprescindible describir el comportamiento de estos.

En este sentido, otros factores de discriminación por motivos raciales, entrecruzados con el género, propician las manifestaciones de violencia de género, lo que hace que las mujeres racializadas se encuentren en mayor vulnerabilidad ante las mismas.

La falta de vivienda propia o de vivienda alternativa, las condiciones de vida con hacinamiento, la situación de migrantes internas y la residencia en lugares de asentamiento improvisados, son algunas de las condiciones que favorecen la exposición a las violencias basadas en género y, en todas ellas, las mujeres negras y mestizas cubanas se encuentras representativamente desfavorecidas.

Aunque no se han publicado cifras desagregadas simultáneamente por raza y sexo/género, el censo de población y viviendas según el color de la piel del año 2016 (aunque con datos el 2012) arrojaba que era la población negra la que más habitaba en condiciones de hacinamiento, en viviendas más pequeñas, en cuarterías, solares y viviendas improvisadas; mientras las población mestiza era mayoría en las viviendas calificadas como bohíos y, en particular, las mujeres racializadas las que más integraban las cifras de movilidad interna en condición de migrantes fundamentalmente provenientes de las provincias orientales.

Si cohabitar un espacio pequeño hacinado de parientes genera o propicia el conflicto intrafamiliar, las mujeres, generalmente, salimos perdiendo en esas disputas. Si la migración interna despoja de derechos y empuja al desamparo físico, las mujeres, generalmente, salimos peor paradas, tanto por barreras sexistas, como por muros raciales y territoriales.

Asimismo, las desigualdades de género son más desfavorables para las provincias orientales donde, ya se dijo, existe una mayor representación de mujeres afrodescendientes. Para el año 2014 presentaban los peores índices de igualdad de género (GII por sus siglas en inglés) con un promedio de 0,328, superando este mismo indicador al de las regiones central y occidental de 0,303 y 0,253 respectivamente.

La situación de la vivienda es un asunto clave en la reproducción y, a su vez, en la prevención de la violencia de género. La seguridad física de las mujeres depende en gran medida de un techo bajo el cual guarecerse no solo de la lluvia sino también de la violencia. La misma Encuesta Nacional por la Igualdad de Género reveló que, ante una agresión, el 57,4 % de las mujeres se divorciaría de su pareja y el 8,1 % optaría por irse de la casa.

Pero, ¿cómo adquirir una vivienda propia si las mujeres racializadas en Cuba ocupan las labores, los oficios y los trabajos de menor remuneración? ¿Cómo comprar o rentar una vivienda cuando las mujeres racializadas presentan una mayor tasa de desocupación[2]? Son estas mujeres las que pueblan buena parte del trabajo informal en las calles como vendedoras ambulantes, como cuidadoras de baños, cuidadoras de personas ancianas o discapacitadas, en tareas de limpieza o cocina sin contratos ni garantías laborales[3]. Incluso, dentro del sector estatal son las que ocupan los cargos de menor jerarquía y, en consonancia, de menor salario (las mujeres negras representan el 16,5 por ciento de las ocupaciones no calificadas, las mestizas el 16 por ciento y las blancas un 13,3 por ciento según el Censo de población y vivienda por color de la piel)

Si bien no hay datos que lo aseguren fehacientemente, existen estudios e investigaciones que si se interpretan sus resultados en clave raza/género es altamente probable que las mujeres negras y mestizas cubanas sean las que tengan menor acceso a cuentas de ahorro, menores posibilidades de viajar al extranjero lo que se considera una fuente de recursos, menores capitales para iniciar un negocio propio.

La condensación de todas estas brechas favorece la dependencia económica y habitacional, incrementa las vulnerabilidades materiales, físicas y psicológicas y, así mismo, crea el escenario perfecto para el agravamiento, la proliferación, e incluso la impunidad, de la violencia de género.

Las violencias de género no pueden ser leídas, pero tampoco intervenidas, en desconexión de otras desigualdades sociales.

La fecundidad adolescente muestra sus niveles más elevados en la región oriental del país, mayores tasas en la zona rural que en la urbana y son las adolescentes negras y mestizas las más afectadas por este fenómeno, especialmente las negras, sobre quienes las brechas y desigualdades de género se acentúan teniendo en cuenta nivel de escolaridad (de 0 a 7 grados), la deserción escolar, ser “amas de casa”, vivir en zonas rurales y en las provincias orientales. En consecuencia, son las jóvenes racializadas las que suelen presentar mayores tasas de mortalidad materna. Son problemas que muy probablemente se encuentren relacionados con el matrimonio infantil o las uniones tempranas, con la violencia obstétrica y sesgos racistas en la atención médica; todas estas son manifestaciones también de violencia de género.

Las condiciones de vida según el color de la piel determinan indiscutiblemente la esperanza de vida, de ahí que las mujeres no blancas en Cuba presenten acentuadas y grandes desventajas en la capacidad de supervivencia en relación con las mujeres blancas y hasta con los hombres blancos. Las mujeres afrodescendientes tienen una esperanza de vida al nacer de 76,78 años, los hombres blancos de 77,07 y las mujeres blancas de 80,93. La situación se empeora más si se trata de mujeres racializadas residentes rurales.

Lo narrado describe una problema estructural que se manifiesta en el cuerpo de las mujeres racializadas en Cuba, enraizado por ejes de desigualdad que atienden particularmente al género y la raza, y cuya imbricación produce múltiples y “frondosas” violencias de género que no son incoloras y que se expresan más allá de las habitualmente calificadas como físicas, psicológicas, económicas, etc. Estas desigualdades trascienden en formas de violencia que impactan otras dimensiones de la vida de estas mujeres negras y mestizas, y otras dimensiones de su muerte.

Urgen las políticas públicas que atiendan estas problemáticas. Urgen leyes que garanticen los derechos de estas mujeres. Así como hace falta una ley integral contra las violencias basadas en género, es perentoria una ley contra la discriminación. Las nuevas normas aprobadas o en proceso de aprobación (como el Decreto presidencial 198/2021, el Anteproyecto del Código de las familias y la anunciada Estrategia integral contra la violencia de género e intrafamiliar) no pueden seguir presentándose en sus formas universales e incoloras. El género no nos define completamente a todas, a todes. El gran problema no es solamente el patriarcado, también lo es el racismo y la discriminación racial. Es importante, asimismo, que el Programa contra el racismo contemple a las mujeres y otras identidades de género como poblaciones también con especificidades, hace dos años que estamos atentos a su articulado.

No pedimos asistencialismo. No pedimos menos que nuestro reconocimiento. No pedimos más que vidas dignas de ser vividas.


[1] Es válido señalar que las preguntas de la Encuesta fueron elaboradas con facilidad de comprensión para todas las personas y sin tecnicismos academicistas que pudieran impedir la comprensión.

[2] Las mujeres racializadas son tanto las mestizas como las negras, para el año 2012, según el Censo de Población y Viviendas según el Color de la Piel la tasa de desocupación de las mujeres mestizas se elevaba hasta el 4,4% contra el 3,3 y el 3,0 % mostrado para mujeres blancas y negras respectivamente.

[3] PAÑELLAS, D., “El cuentapropismo en Cuba. Proyecciones sobre su evolución e impacto socioeconómico y cultural”, en Trabajo decente y sociedad. Cuba bajo la óptica de los estudios sociolaborales, Editorial UH, La Habana, 2017. Y también en ROMAY, Z., Elogio de la altea o las paradojas de la racialidad. Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2014

Imagen tomada de Internet

Madre, mujer negra, migrante nacida en Cuba. Abogada, investigadora, militante feminista y antirracista. Ahora escribidora

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