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Tiempo de mujeres: breves críticas feministas*

¿Qué significa el lema “Es tiempo de Mujeres”?

Me pregunté desde que vi los primeros hashtags y lo hice con preocupación. Parecía una camisa de fuerza en tiempos electorales, en la que teníamos que entrar, actuar y responder todas las que nos consideramos mujeres.

La duda se fue despejando cuando, en efecto, la consigna respaldó la candidatura por Morena de Claudia Sheinbaum. Sería la primera vez en la historia que una mujer fuera el puntero de la preferencia política de mexicanos y mexicanas para gobernar el país. Seguidamente, y teniendo a Xóchitl Gálvez como contrincante política en representación de la derecha, el lema se ajustó a “Es tiempo de Mujeres de Izquierda”.

Ya teníamos, entonces, dos pautas: ser mujer y ser de izquierda. Pero ¿qué es ser mujer? La primera respuesta que—al menos en mis clases— contesta la mayoría, se relaciona con un esencialismo biológico (órganos sexuales, cromosomas, hormonas) que poco determina la calidad de la política. Varias mujeres gobernantes han traído resultados nefastos para la humanidad como la tan citada Margaret Thatcher, o como Jeanine Áñez (Bolivia) o Dina Boluarte (Perú) en nuestra región.

De ahí que señalar que se trata del campo de la izquierda sea esencial. La izquierda como sinónimo de programas políticos construidos desde abajo, pensando en las personas empobrecidas y desposeídas, como la vía alternativa a la hegemonía del capital y las corporaciones. La izquierda como equivalente a la desmercantilización de la vida, de los servicios públicos, y de retorno del Estado como garante de los derechos humanos elementales para su ciudadanía.

Sin embargo, no deja de ser una consigna enclavada en las dinámicas de la democracia representativa. Y es aquí donde se detiene, nuevamente, mi preocupación y la de tantas colegas feministas formadas desde las periferias sociales.

La representación política importa, pero, ni es toda la política, ni garantiza el éxito de un programa.

La democracia representativa y sus esquemas de inclusión de género, como la paridad, han sido relevantes. Sin duda alguna. Pero los feminismos populares y de izquierda nunca han querido quedarse estacionados en la representación política. Esa a la que NO aspira la mayoría de las mujeres ni personas interesadas en una sociedad con justicia social.

Desde hace décadas, los feminismos negros, comunitarios, y no-hegemónicos en general, han pugnado por la participación política de las mujeres (en su amplia diversidad incluidas las disidencias de género) desde el espacio de toma de decisiones en la base. Sobre los pilares de la democracia directa, deliberativa y participativa. Desde el compromiso con la interculturalidad y la interseccionalidad. Con una estrategia clara de articulación de movimientos sociales que impidan el avance de la derecha.

He ahí el foco de los feminismos populares: la articulación estratégica que logre frenar al verdadero enemigo que son la derecha, los autoritarismos, y la ampliación de los programas neoliberales. Es decir, disminuir la pobreza y la desigualdad, no solo de las mujeres, sino de nuestras comunidades.

Han sido los feminismos eurocéntricos, hoy llamados neoliberales, los que han ponderado la representación electoral por encima de otras dinámicas de la política y la democracia. Resultado de sus propios intereses de clase como mujeres privilegiadas. Ni la educación, ni la salud pública, ni el acceso al empleo formal que des-feminice la pobreza entran en sus agendas como prioridades políticas reales (simuladas sí, pero reales no). Sus intereses están volcados a obtener los mismos privilegios políticos que sus pares masculinos.

Por eso la democracia representativa no es ni toda la política, ni garantiza el éxito de un programa de justicia social. Para lograr esto último, se necesita pensar más allá de la representación, más allá de si somos mujeres o no. Sobre todo, por los tiempos que corren.

Pienso, entonces, en el actual proceso de candidaturas de Morena para gobernar la Ciudad de México.

Ni la representación, ni ser mujeres, puede convertirse en una camisa de fuerza cuando se ponen en juego los avances que logró la exjefa de Gobierno Claudia Sheinbaum, viendo que en la correlación de fuerzas políticas se pone en riesgo el futuro de la ciudad. Desde los feminismos otros hemos tenido que, históricamente, saltarnos la valla del esencialismo biológico y de la representación.

Que sea Tiempo de Mujeres también significa un compromiso con la participación de las mujeres en todos los espacios de decisión política; un programa que garantice la revolución económica y de justicia para las mujeres y la sociedad (tal y como quedó plasmado en el manifiesto elaborado en el marco del foro de mujeres por el Proyecto de Nación); un candidato o candidata que asuma la perspectiva feminista de izquierda y que pueda vencer a la oposición para hacer realidad la profundización de la transformación (las dos cosas a la vez).

Contar con un candidato que asuma la perspectiva feminista sin simulación, forma parte también de los efectos de que Es Tiempo de Mujeres. No se trata solamente de la representación política. Sino de las consecuencias que provoca un movimiento social como el de mujeres y feministas por despatriarcalizar el Estado. Esto no se logra sin los varones. Es Tiempo de Mujeres porque desde la base, en la vida cotidiana, hasta en la política y en las estructuras institucionales, germinan nuestras semillas, resultado de una lucha de hace más de dos siglos.

*Este texto corresponde a un análisis más amplio sobre una versión ya publicada en la revista Sentido Común

Publicado en: Intervención Y Coyuntura

Madre, mujer negra, migrante nacida en Cuba. Abogada, investigadora, militante feminista y antirracista. Ahora escribidora

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