Género

¿Qué se espera de las mujeres?

A los 15 años ya se rumoreaba a mis espaldas porqué no tenía novio. También se burlaban de mí por mis rarezas en carácter, gustos y físico. Me pronosticaban que si seguía siendo como era, me iba a quedar sola. No sabía aún lo que era la menstruación pero ya se estaba especulando sobre mi vida sexual y mi futuro como mujer. “Es muy seria y seguro no sabe apretar”, escuché una vez.

Empecé la universidad con 17, y en ese primer año mis antiguos compañeros y compañeras de preuniversitario me llamaban por teléfono para saber cómo estaba, ponernos al día de los que no tenían teléfono y no faltaba el momento, sin excepción, en el que me preguntaran: “¿y ya tienes novio?”.

Tener novio era la señal de que iba por buen camino, anunciaba que mi destino no sería de solterona, que si aprendía desde temprano las artes del amor y la complacencia iba a ser tremenda mujerona. A diferencia de tener romances, significaba que no tenía la capacidad de “enganchar” a ningún hombre.

A los 21 algunas de mis amigas, con novios, no me invitaban a salidas o fiestas porque “no pegaba”, yo siempre estaba sola, y ellas con sus parejas fijas no iban a quedarse conversando conmigo. A los 22 un conocido me dice en medio de una reunión: “una mujer linda que siempre está sola es por dos cosas: o es una pesada o es mala hoja” (léase tener mal carácter o no ser buena en la cama)

Desde niñas nos condicionan a ser complacientes y serviciales, nos inculcan sutil y peligrosamente una sexualidad de pronóstico: tener que agradar, tener noviecitos “de mentirita”, luego tener un novio fijo por mucho tiempo con el que se pueda perder la virginidad y aprender las dinámicas de pareja monogámica (para ella), heternormativa y del amor romántico, es decir, del sacrificio en nombre del amor. Son dinámicas violentas que sientan las bases para que violencias más grandes también pasen desapercibidas en el futuro.

Más adelante casarse, tener hijos, saldar con éxito la doble jornada diaria: el trabajo doméstico y el trabajo en el mercado laboral, criar sin deslices a esos hijos, cuidar al marido, la casa, los bienes y la familia, y además ser unas amantes voraces como en las películas porno. Con el mundo a cuestas y en silencio (porque ya hemos aprendido a callar para gustar) pero además luciendo hermosas, sonrientes y resplandecientes. A estas alturas las expectativas pasan a ser las obligaciones donde se canonizan sólidamente los roles género, y en función de su cumplimiento o no se tendrá premio o castigo.

El premio por haber cumplido satisfactoriamente el pronóstico de ser mujer está diseñado bajo el manto de la felicidad, y el amor es felicidad, y las mujeres sacrificadas por ese amor incondicional son las merecedoras de las medallas del reconocimiento en el juicio final. Pero ya después de haber transcurrido una vida de sacrificios, donde ni en la vejez hay descanso porque toca ayudar en la crianza de los nietos y seguir respondiendo al cuidado eterno del cónyuge, no hay felicidad, y nunca reconocimiento. Hubo explotación.

Y sí, castigamos a aquellas que no cumplan con lo esperado. Ya menos sutilmente la sociedad comienza a empujar el vagón al carril que le corresponde: ¿qué edad tienes ya? ¿cuándo piensas estabilizarte? ¿hasta cuándo vas a esperar para tener hijos? ¿cómo que vas a dejar a los niños? Y en su misma medida termina sentenciando inevitablemente la idea del fracaso y de la culpa: te vas a arrepentir, deja que pase el tiempo, ya se te fue el tren.

¿Cuándo comenzamos a establecer los roles? Desde que empezamos a seleccionar las ropitas y los juguetes de bebé. En la cuna, en la casa, en la escuela, en el barrio, en los medios, en la literatura, en las artes, en el deporte, y todo lo que nos rodea nos dicta cómo ser una mujer. Mujer se hace, no se nace, parafraseando a la Beauvoir.

Si analizamos que somos la mitad de la población del mundo entonces es absurdo pretender que todas elijamos lo mismo para nuestras vidas, que tengamos que querer lo mismo, y que haya una sola manera de hacerlo bien. Sin embargo, ese ha sido el devenir de la inmensa mayoría porque resulta un orden social y moral impuesto, no una manera biológica de sentir la vida. Saber que no somos las únicas que lo padecemos de manera aislada en nuestras casas es un primer paso importante para definir de dónde vienen nuestros malestares, para identificar cómo y porqué se originan y repiten en cada una de nosotras. Por eso lo personal es político. Lo que le atraviesa a una nos atraviesa a todas, precisamente por una estructura de dominación y organización social que trasciende lo doméstico. Resignificar nuestros roles como mujeres es tarea de todos los días si queremos una sociedad más justa.

Madre, mujer negra, migrante nacida en Cuba. Abogada, investigadora, militante feminista y antirracista. Ahora escribidora

4 Comentarios

  • Alynn

    Un fragmento de este texto leído por tu hermana Adriana en nuestra tertulia de noviembre, desató una riquísima polémica donde contamos experiencias todas (y hasta un ‘todo’ que se nos coló en la tertulia.) Importante hablar abiertamente de este y otros temas. Lindo saber que no estamos solas y, que lo personal es político. Tienes, tenemos que seguir!!!

    • Alina

      Gracias!!! tenemos, siempre tenemos!! Mujeres en La Realidad no es solamente el espacio donde quiero desbordar mi senti-pensar, sino del que me quiero llevar todo, como uno de los más íntimos aprendizajes!!

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