Género

El debate feminista: ¿juntas desde la diferencia?

Pareciera que por ser feminista se nos tiene prohibido confrontar. Pareciera que el ejercicio sostenido de despatriarcalizar nuestras vidas, hasta en los debates, ha hecho de nosotras nuestro propio calvario. Sea en redes, en reuniones, asambleas, cualquier espacio de debate, pareciera que si una discute, está condenada a que la tilden de machistizada, sorda, obstinada, involucionada, en fin, no feminista.

Sabemos bien que es nuestro ejercicio cotidiano el escuchar, revisarnos, y rectificar si así fuera procedente. Eso también es feminismo. Desapegarnos del ego, cuestionarnos cien veces, ceder la puja por la razón cuando no hay camino fructífero y pasar la página. Pero no es todo, ni es lo único que nos define en un debate.

Como sujetas políticas con autonomía de pensamiento siempre podremos disentir y, según el tema, subir el tono. También siempre habrá quien alegue que esa no es la forma de dialogar, que lo más importante es mantenernos unidas, el objetivo es traer más mujeres al feminismo, que hay que saber respetar opiniones distintas, o que puedes hacer sentir mal a mujeres también.

 “Esa no es la forma de dialogar”

Por más que parezca ilógico muchas veces la confrontación no solo es inevitable, sino que es necesaria. Seguir engavetando al feminismo según sus formas es una práctica también machista que sigue sosteniendo la feminidad como equivalente a ser suaves, medidas, comedidas. Pero hay temas en los que sencillamente quedarnos calladas va totalmente contra nuestros principios. Es allí donde disentir y discutir se hacen necesarios.

Las denuncias no van con medias tintas. Tampoco las reflexiones, esas que, es cierto, ponen el dedo en la llaga. Pero ¿qué otra manera hay de decir “basta”?

“Lo más importante es mantenernos unidas”

No a cualquier precio. Ni el ser mujer garantiza el compromiso solidario suficiente para el movimiento de lucha por los derechos de las mujeres, ni el ser feminista la conciencia cotidiana de que las opresiones conviven de muchas maneras. Lo más importante es darnos cuenta de cuánto machismo tenemos internalizado, trabajar en él, aceptar nuestras fallas, y renovarnos todo el tiempo. También identificar nuestros privilegios y detectar cuándo los vamos convirtiendo en dinámicas de opresión con las otras. Y trabajar, trabajar incansablemente en ello.

“El objetivo es traer más mujeres al feminismo”

Falso. El objetivo es liberar al mundo de las opresiones, todas las que sean, y para ello sí que hay que enterrar al patriarcado como uno de sus ejes. “Evangelizar” mujeres es tan fracasado y desgastante que es totalmente absurdo para los feminismos. Ser feministas conlleva tan profundo compromiso y convicción que no se puede pensar en rebaños.  

Cuanto más se hace, entre talleres, intervenciones, academia, organización comunitaria o barrial, encuentros, marchas, es hacer reflexionar. La consecuencia de despertar cierto tipo de reflexión no es asunto nuestro, cada quien tiene que ser responsable de su reacción y de su propio desmontaje. Hay tanto que deconstruir y redefinir que el trabajo entero no solo depende de las feministas, sino de todes—al decir de las zapatistas—en sus modos, en sus tiempos y en sus geografías.

“Saber respetar las diferentes opiniones”

Si algo me queda claro es que cuando una persona transgrede los principios más básicos del feminismo, y en su “opinión” se siguen sosteniendo mecanismos de opresión—léase machismo, misoginia, racismo, clasismo, revictimización, homofobia—, y su “opinión” sigue validando el patriarcado, no comulgo, y es en ese momento donde hay que profundizar en la confrontación.

Desmontar el sistema de privilegios aun cuando el sujeto que opine no sea precisamente el privilegiado, sino el educado como tal, es de lo más difícil. Desaprendernos y resignificarnos también, pero es el único camino.

“Puedes hacer sentir mal a mujeres también”

Es inevitable hacer sentir mal, que no es lo mismo que lastimar. Con el feminismo me he sentido pésimamente mal cuando detecto mi machismo interno, no por la idea que tenga de mí misma, sino porque en buena medida desde ese machismo me he relacionado con las demás. Entonces claro que cuando hablamos y denunciamos sobre prácticas machistoides cotidianas habrá quienes, revisándose, se vean en ese espejo. Es un proceso que comienza con ese malestar.

Mientras pienso en no hacer sentir mal a una persona que defiende un punto de vista opresor, en ese minuto, hay cientos de mujeres asesinadas solo por el hecho de ser mujeres. Hay niñas siendo violadas. Mujeres maltratadas, acosadas. Mujeres que, sobre todo, no encuentran recaudo para sus tragedias ni vías de evitarlo porque afuera hay un mundo hecho de mujeres y hombres que no solo no quieren mirar, sino que evitan reconocer su propia dosis de complicidad. Mientras siga existiendo ese dolor y esa desidia, mientras algunas personas sigan intentando no hacer sentir mal a otres por razones imponderables, yo seguiré eligiendo denunciar y confrontar. Hasta que la dignidad se haga costumbre.

Madre, mujer negra, migrante nacida en Cuba. Abogada, investigadora, militante feminista y antirracista. Ahora escribidora

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