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El 8M y las estrategias de lucha: una discusión pendiente

Alina Herrera Fuentes[1] 

Días previos al 8 de marzo de 2022, se sentían en el aire las tensiones dentro del movimiento de mujeres y feminista en México respecto a la marcha y a las acciones que alrededor de ella se han desplegado en los últimos años: las acciones de protesta directa, violentas o no violentas. Si bien se sabe que una parte importante de grupos de mujeres organizadas no prefieren este tipo de acciones (sobre todo gracias a diversas voces que en redes sociales se han alzado para deslindarse de estos actos), también es conocido que las jóvenas pertenecientes a lo que se conoce como «bloque negro» sí cuentan con respaldo de no pocas mujeres. Llegar a contar con esta aceptación versus el rechazo tiene antecedentes bastante recientes.

El 3 de agosto de 2019 una niña denunció haber sido violada por cuatro policías de la Ciudad de México, unas cuadras antes de llegar a su casa. Tras quedar en libertad los presuntos violadores, pasadas apenas horas de su detención, diferentes colectivas feministas se organizaron y protestaron de manera contundente frente a la Secretaría de Seguridad Ciudadana y la Procuraduría General de Justicia de la CDMX, rompiendo puertas de vidrio y entrando a las instalaciones para denunciar la violencia policial y exigir justicia mediante una acción directa y focalizada.

Las declaraciones de la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, sobre abrir carpetas de investigación en relación a estos hechos provocó consecuencias mayores. Con la consigna «no nos cuidan, nos violan», miles de mujeres tomaron las calles de la capital demostrando la severidad de sus protestas y reclamando un acceso a la justicia de forma segura y garantista para las mujeres. Fue así como grupos de mujeres incendiaron la estación de policía de Florencia y la estación Insurgentes del Metrobús, quedando también las pintas de protesta en el Ángel de la Independencia como muestra de acciones directas no focalizadas. Al día siguiente, la jefa de gobierno se retractó de la persecución penal sobre las participantes en las protestas que hubiesen cometido daños y, en su lugar, se abrieron mesas de trabajo para responder a las 13 demandas que le presentaran las agrupaciones feministas mediante documento escrito. Un ejemplo muy claro de que el diálogo entre movimientos feministas y gobierno sí se produce, así como los acuerdos entre fuerzas democratizadoras desde arriba y desde abajo.

Meses después, una serie de feminicidios alcanzaron impacto mediático a nivel nacional, haciendo que la violencia de género volviera a encausar la futura marcha del 8M de 2020. Los feminicidios de Raquel Padilla y Abril Pérez en noviembre de 2019, y los de Ingrid Escamilla (mutilada y desollada) y Fátima (niña de siete años con previa agresión sexual) acumularon la indignación colectiva de las mujeres mexicanas, teniendo en cuenta el contexto de inseguridad por razones de género agravado en el país desde, fundamentalmente, el mandato de Felipe Calderón. Todo esto, más la sistemática impunidad existente en México, fue uno de los principales combustibles para la rabia social, sobre todo tomando en cuenta que los asesinos se encontraban localizados y detenidos.

Precisamente, a raíz de los hechos contra la niña Fátima, la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum había informado sobre la apertura de carpetas de investigación contra 12 funcionarios debido a las sospechas de negligencia en la denuncia y búsqueda de la menor. A su vez, como resultado de la indignación por la publicación en la prensa escrita del cuerpo vejado de Ingrid Escamilla en consecuencia de la infiltración de datos de la investigación, se promovió la Ley Ingrid para sancionar a funcionarios y cuerpo policial de la Ciudad de México. No obstante, estos antecedentes moldearon la marcha del 8M del año 2020, en la que nuevamente las acciones de protesta directa (violentas y no violentas, y no siempre focalizadas) sellaron una tendencia como forma de lucha para algunos colectivos feministas.

En efecto, la rabia social es totalmente legítima, así como las acciones de protesta sea que impliquen violencia y daños o no, teniendo en cuenta el carácter situado e histórico de los acontecimientos. Una gran mayoría de mujeres respaldaron los hechos de las estaciones de policía y de la Secretaría de Seguridad cuando la violación de la menor de edad, pues expresaban el hartazgo colectivo de vivir bajo la amenaza de la desaparición, violación o asesinato sólo por el hecho de ser mujeres. También se manifestaba un ultimátum para las instituciones respecto a la viabilidad y efectiva investigación para todos los casos en que se denuncie la violencia de género.

Sin embargo, desde aquel año la prensa se encargó únicamente de reproducir las «acciones violentas de las feministas», invisibilizando rotundamente la gran mayoría de mujeres organizadas que marcharon con la misma rabia social pero sobre un pliego de demandas específicas, con consignas anticapitalistas y antirracistas, de manera contundente y también ordenada, y donde mujeres e identidades plurales de todas las generaciones se acuerparon por la apuesta de una transformación social. Esta «segunda» parte de la marcha casi no las vimos en las pantallas, de no ser por las propias participantes que salieron a señalar «la otra cara del #8M», «hagamos un contrapeso a las publicaciones de violencia» o «esto también fue el 8M».

¿Una nueva forma de lucha? Tensiones y desafíos

Ya lo decía, la rabia social es legítima: expresarla, manifestarla; si es de manera violenta o no, también lo es, sobre todo cuando es consecuencia de un devenir contextual, histórico o coyuntural que representa el punto álgido de la indignación colectiva. Todos los movimientos sociales y revoluciones han apelado a estas formas, están relacionadas con el conflicto social, la lucha de clases y las desigualdades estructurales. Pero, también, ello responde a una serie de condiciones situadas que lo ameritan, por lo que casi siempre cuentan con el apoyo de las grandes mayorías.

No obstante, las acciones de protesta violentas se han convertido en un estilo, una adecuación de formas, más que en la búsqueda de una respuesta efectiva y positiva del Estado que incida en leyes, políticas públicas y acciones de prevención. Ha trasmutado más hacia una expresión incondicional de algunos grupos de mujeres, que a una manifestación articulada del gran movimiento feminista y de mujeres mexicanas en su múltiple diversidad.

En ese entendido, cuentan con mayor visibilidad en la prensa y en los medios los destrozos que no visibilizan denuncias concretas para exigir respuestas también concretas del Estado. Las acciones violentas consiguen los reflectores de los medios y la sociedad, aún cuando no producen el efecto esperado del binomio demanda/respuesta, mientras que los pliegos de demandas y el trabajo colectivo y sistemático que llevan a cabo mujeres y colectivos LGBTI durante todo el año transcurrido entre un 8M y otro es totalmente borrado. Ese trabajo persistente, militante, activista, académico de años y hasta de décadas se pierde junto a los cristales rotos. Nadie los conoce, nadie se pregunta.

La rabia social, además de transgresora, de significar una rotunda llamada de atención, debe trascender hacia la elaboración de rutas, alianzas, pactos, debe convertirse en acciones y diálogos componedores, constructivistas. Es deseable que nutran la agenda y que las mesas de trabajo entre el Estado y las mujeres organizadas aumenten y sean cada vez más productivas. Eso es empoderarnos colectivamente, eso es poder popular de las mujeres. Poder organizarnos y exigir demandas y que éstas se atiendan. Empoderarnos no es sinónimo, sola y únicamente, de lograr rayar un monumento, es perentorio que signifique algo más que grafitear estatuas para que las limpien el día de mañana.

Si queremos que las marchas por el 8M trasciendan, nuestras acciones colectivas tienen que hacerlo. A fin de cuentas, las estaciones del metro se recomponen, los monumentos vuelven a su estado anterior, mientras que todo el trabajo cotidiano es borrado y tirado por la borda a través de las acciones violentas.

Es cierto que la tasa de feminicidio a nivel de país no desciende, no obstante, en Ciudad de México, desde la creación en 2019 de la Fiscalía Especializada para la Investigación del Delito de Feminicidio de la Ciudad de México, ha habido una disminución en un 21% del delito de feminicidio entre enero de 2020 y agosto de 2021; y una baja en la tasa de mujeres víctimas de este delito que pasó de ser de un 0.83 a 0.68 por cada 100 mil habitantes, gracias también al trabajo de prevención y acompañamiento de las LUNAS. Paralelamente, aumentó el número de agresores vinculados al proceso, es decir, durante el 2021 se procesó un 37% más de responsables de este delito, comparado con el año anterior[2].

A pesar de ello, las violencias basadas en género siguen imponiendo la agenda y las demandas. Es la violencia de género y los feminicidios los que se conectan directamente con las acciones de protesta violentas y con la furia de esas colectividades como el «bloque negro». Ciertamente persiste una fuerte inseguridad, pero estas acciones se agotan allí, en la indignación expresada en las protestas con violencia, y no profundizan en las raíces del problema de la violencia de género, lo que se traduce en un amplio abanico de demandas punitivistas como «verga violadora a la licuadora», «muerte al macho», «si te viola, mátalo», que identifican a los varones individuales como la causa de la violencia y pierden de vista las causas estructurales que la desarrollan.

Situar el problema de la violencia de género como un asunto entre hombres y mujeres contra la que hay que rebelarse mediante el rompimiento y la vandalización justificada, impide analizar de maneras más complejas este fenómeno. También obstaculiza la visibilización de las denuncias y necesidades de muchísimos otros colectivos que también se relacionan de manera directa con la violencia de género. Estamos hablando de la situación de mujeres migrantes, racializadas, las disidencias sexo-genéricas, las mujeres pobres, rurales, etc. ¿Cuál será el momento de saltar hacia esas otras desigualdades estructurales, hacia las violencias neoliberales expresadas en la semiesclavitud de las maquilas, hacia la situación de mujeres y hombres que quedan atrapados en el narcotráfico, hacia las mujeres presas y las migrantes? Nada de esto nos expresa el «bloque negro» y su accionar. Tampoco es que a esos sectores de mujeres y otras subjetividades empobrecidas les interese el rompimiento de la ciudad a la que no pertenecen, lo que les urge es que sus demandas lleguen a los oídos de los decisores y puedan convertirse en una fuerza colectiva de acción y transformación, pero sin recetas modernas, más bien con plena autonomía.

Aunque parezca lo contrario, muchas veces las acciones de protesta directa se suman a las causales por las que la justicia si bien no llega nunca, casi siempre tarda. Un ejemplo es la ocupación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de la Ciudad de México, en la que integrantes de la colectiva Ni una menos y jóvenas del bloque negro, al impulsar distintas acciones de protesta como pintas, grafiteadas, intervención de cuadros y demás, también quemaron expedientes de investigación, entre ellos, el caso de la guardería ABC. Días después, la propia presidenta de Ni Una Menos, Yesenia Zamudio, se retiró de las instalaciones y declaró que el bloque negro controlaba el edificio haciendo un mal uso de él, y que muchas integrantes de la toma ni siquiera sabían el propósito de la ocupación, pues los fines y objetivos ya no se reconocían con claridad y consistencia.

Es decir, la discusión acerca de las estrategias de lucha y las acciones de protesta directa violentas no se pueden reducir a consignas como «no son las formas» o «fuimos todas». No se puede minimizar la complejidad de un movimiento a aceptar si llamarle o no acciones violentas, o a que se lean como sinónimo de hartazgo, o si son legítimas o no. Se sabe que un muro vale nada al lado de la vida de una niña, o de una mujer en el sentido más diverso; eso no es lo que entra en discusión, lo que intentan someter a reflexión estas líneas es la productividad con efectividad de estos métodos de lucha, si verdaderamente se encuentran articulados con la necesidad de las mayorías pobres, indígenas, afromexicanas, personas trans. ¿Será que estas acciones han logrado concretar beneficios para estos sectores y para el movimiento de mujeres y/o feministas? ¿Existe la voluntad de subordinar sus estrategias de rompimiento al sentir de las mayorías en un ejercicio de verdadera democracia entre mujeres?

Un evento sucedido este 8M de 2022 parece respondernos que no. La madre de la niña Fátima Quintana (mencionada al inicio de este artículo), Lorena Gutiérrez, ubicada frente a unas vallas del Hemiciclo a Juárez, pedía que no escrachearan al abogado del caso (Rodolfo Domínguez Márquez): «no hagan esto, él ha hecho todo lo posible por el caso, yo soy la mamá de Fátima», exclamaba. Acto seguido, cubrieron las vallas y las papeletas con tinta.

Ya se ha dicho en este texto que las acciones dependen del contexto y los intereses del movimiento en su conjunto y articulación, del análisis situado y el momento histórico en que se vive. Además de ponderar los daños. Es inviable no asumir que se causan daños. Pero estos daños deben ser ponderados con los beneficios que se logren y reporten, no para el «bloque negro», sino para las amplísimas demandas de las mujeres en su carácter más transversal e interseccional. Si esto no es entendible, entonces lo que está primando son intereses particulares de un grupo de feministas sin ánimos de transformación radical, aunque sus acciones así lo aparenten.

Por su parte, es necesario aclarar que estas formas de lucha son urbanas, citadinas, de capitales de provincia. Esto ha llegado a replicarse desde la Ciudad de México hacia las otras ciudades en donde se hace mucho más cuestionable y débil este actuar. Dichas expresiones también han proliferado en la capital mexicana en los últimos años porque la policía no está llevando a cabo acciones represivas como se hacía en las administraciones anteriores, donde personas jóvenes fueron arrestadas, torturadas e incluso iniciadas en procesos penales por participar en movilizaciones y acciones de acción directa[3]. En el recién transcurrido 8M 2022, en la ciudad de Mérida, tal parecía que el objetivo cimero de la marcha y la protesta era montar los monumentos y pintarlos. Una vez logrados estos objetivos intrascendentes, la aglomeración de mujeres se disipaba. Los puntos nodales transcurrían alrededor de los monumentos. En una lectura rápida se puede interpretar como un símil de las dinámicas espectaculares de la capital del país, que pueden ser muy visibles y tomar tonos iconoclastas de muy corta duración, pero sin objetivos que trascendieran la marcha y que, desafortunadamente, se convierten en acciones reduccionistas del capital movilizador que el 8M ha tenido históricamente. No marchamos para el desfogue y para el espectáculo, lo hacemos para exigirle respuestas integrales al Estado en beneficio de todas las mujeres, por las que ya no están, por las que seguimos aquí y por las que vendrán después. Pues nuestra digna rabia puede convertirse en algo más: en acción organizativa para la transformación.


[1] Abogada, feminista antirracista, candidata a Maestra en Género, Política y Sociedad por Flacso-Argentina. Integrante del Grupo de Trabajo de CLACSO de Crítica jurídica y conflictos socio-políticos. Es integrante del Seminario Feminismos a la Izquierda del Instituto Nacional de Formación Política. Correo: lopersonalespoliticoblog@gmail.com

[2] Instituto Nacional de Formación Profesional y Estudios Superiores. (25 de septiembre de 2021). 2º aniversario de la Fiscalía Especializada para la Investigación del Delito de Feminicidio. Recuperado de: https://ifpes.fgjcdmx.gob.mx/comunicacion/nota/2-aniversario-de-la-fiscalia-especializada-para-la-investigacion-del-delito-de-feminicidio

[3]Juan Carlos Pérez Salazar, «México: la polémica por detenidos tras disturbios en marcha por estudiantes», en BBC Mundo, 25 de noviembre de 2014, URL: https://www.bbc.com/mundo/noticias/2014/11/141124_mexico_marcha_disturbios_ayotzinapa_detenidos_jcps

Publicado en: Revista Conciencias

Madre, mujer negra, migrante nacida en Cuba. Abogada, investigadora, militante feminista y antirracista. Ahora escribidora

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