Género

Apuntes materialistas sobre unas Aclaraciones transexcluyentes

El pasado 24 de marzo tuvo lugar un foro en el CEIICH-UNAM titulado “Aclaraciones necesarias sobre las categorías Sexo y Género”. En él participaron prestigiosas feministas de Latinoamérica y de España como Marcela Lagarde y de los Ríos, Amelia Valcárcel, Alda Facio y Andrea Medina. Todas con una sólida carrera en el mundo académico, aunque también en el terreno de la política y el derecho.

Desde que se anunciara el evento, varias activistas feministas alertaron el sesgo discriminatorio que podía tener, aludiendo posibles posturas transodiantes por parte de las panelistas catalogándolas de TERFas. Fueron numerosas las voces que se alzaron pidiendo la cancelación del evento. Este preámbulo condujo a una serie de posicionamientos polarizados dentro del movimiento feminista mexicano fundamentalmente.

El foro

La comunicación, se sabe, no es solo una cuestión verbal, de palabras. Implica también, sobre todo en el marco de un evento, la interpretación de la ceremonia: las largas presentaciones a cada forista, el uso de las palabras, y el tono en que estas se proyectan. La semántica y la semiótica forman parte del lenguaje de una conferencia, incluso, la expresión física de las panelistas. Para mi sorpresa, se intencionaba una postura jerarquizante, imbuida en una actitud señorial y colonial de los discursos.

En esa tesitura, fueron expresadas frases como:

Marcela Lagarde: “La historia del feminismo es la historia de la A” (refiriéndose a las mujeres solamente cisgénero)

Amelia Valcárcel: “Estas personas—refiriéndose a las personas trans y disidencias en tono despectivo—no salen a luchar contra los feminicidios, ni contra Afganistán. Tienen su propia agenda”

“Sexología no es género”

Alda Facio: “Ya se habla hasta de personas gestantes y hombres gestantes” (se refiere a que se ha ampliado el sujeto que gesta que no es solamente mujer)

“[las personas LGBT] ya tienen mayor protección que las mujeres, cuentan con más instrumentos jurídicos que las protegen”

Andrea Medina: “El Estado no puede regular nuestra identidad. El mundo jurídico no debe entrar en eso”

“No estamos hablando de sentimientos”

Amelia, por ejemplo, se refirió a Afganistán en términos peyorativos, desde un paternalismo evidente y desvalidando los aportes que, desde ese territorio, podrían aportar las feministas afganas. Asumió al sexo-género como el eje universal de jerarquización de los cuerpos en todas las sociedades históricas y actuales, y en todos los territorios. Parte de validar el binarismo en términos de hembra-macho y femenino o masculino.

De manera reiterada instó a que elimináramos la palabra “género” por la palabra “mujeres”. Llamó a eliminar las políticas de género por las políticas feministas. Señaló en más de una ocasión que las agendas de las personas trans y disidencias no pueden ir juntas a las agendas de las mujeres.

Una de sus sentencias clave fue argüir que existe un solo feminismo y ese es académico e ilustrado. Ya Marcela Lagarde había expuesto la misma frase, añadiendo que, además, era europeo.

Estamos en presencia de discursos coloniales, excluyentes e incluso racistas. Mediante los cuales se borran, bajo tintes de una soberbia académica y euro-occidocéntrica, los aportes epistemológicos de los feminismos negros, decoloniales, comunitarios, poscoloniales y más. Donde se invisibiliza de manera intencional las experiencias históricas de las mujeres negras, de las subjetividades subalternas y de quienes habitamos el sur del sur global.

Ángela Davis en “Mujeres, Raza y Clase” argumenta cómo, en las sociedades esclavistas de América del Norte, hombres y mujeres negros eran desgenerizados, es decir, ambos grupos se consideraban fuerza de trabajo esclava para la agricultura. Solo cuando las negras eran violadas eran tratadas como hembras, pero nunca como mujeres.

De ahí la histórica alocución de Soujourner Truth que titularon “¿Acaso no soy una mujer?”

Oyeronké Oyewumi es otra feminista nigeriana que ha publicado libros en donde explica que la manera binaria en que interpretamos hoy los géneros es producto de una imposición colonial y occidental. En territorios que hoy conocemos como Nigeria y en las comunidades yoruba, existían más de dos géneros, lo que explica en su libro “La invención de las mujeres. Una perspectiva africana sobre los discursos occidentales del género”.

No existe un solo feminismo y no es únicamente ilustrado. Sentenciar esto es consecuencia de la soberbia colonial, imperialista y racista.

El miedo al “borrado de las mujeres” también fue reiterativo en el foro. Me hizo recordar tantas lecturas respecto al “miedo al negro” que contaminó a las élites de los países caribeños que se mantenían bajo el yugo colonial español a raíz de la independencia en Haití.

Sostener hipótesis académicas sobre postulados del miedo al borrado de mujeres, al borrado de la blanquitud; no es equivalente a rigor científico y sí una postura fehaciente de exclusión y negación de derechos. Los miedos de las élites han construido sujetos criminales esencialmente negros, africanos, por tanto, inferiores, justificadas mediante la academia y sus “estudios” científicos. Los miedos de las élites de los hombres han construido mujeres esencialmente inferiores y débiles, justificados mediante la academia y sus “estudios” científicos, biológicos, psicológicos, etc.

¿Qué podemos esperar de los estudios académicos y científicos en base al miedo del borrado de las mujeres? Las personas trans han vivido una larga trayectoria de mounstruorización, medicalización y experimentación con sus cuerpos, entonces ¿qué más hay que esperar?

En el foro se llegó a afirmar que una ley, un instrumento jurídico como Belem do Pará no podía ser usado a favor de las disidencias, sino que su destino era la protección de las mujeres. Esto es inaceptable, los instrumentos jurídicos deben proteger a quienes puedan proteger si así favorece sus articulados. No voy a afirmar que son lógicas de Apartheid, pero sí son excluyentes y discriminatorias. Además, no se puede sostener en una conferencia de ese “nivel” mentiras como que las personas LGBT cuentan con más protección legal y más leyes que las mujeres. Sobre todo, cuando la misma panelista se opone a las Leyes de Identidad de Género.

Es cierto que, en el Derecho, necesitamos categorías jurídicas claras y precisas, de manera diferenciada de forma tal de garantizar derechos y ganar en certeza jurídica. Pero esto no se contradice con las peticiones y demandas de los colectivos trans-travestis, quienes, por poner un ejemplo, luchan incesantemente por que las leyes penales reconozcan el transfeminicidio y el travesticidio. No es el derecho liberal burgués quien lo interpela, han sido las corporalidades subalternas de la historia.

Donde sí se evidencia una contradicción es cuando se celebra la intervención de los Estados en las familias por temas de violencia doméstica y la llamada esfera privada de la vida; y que no lo haga con nuestras identidades, las que también son centros de violencia estructural y criminal. Lo que puede explicar esta antítesis es el afán de exclusión.

Las mismas foristas explicaron que en ONU Mujeres hay grupos que querrían conservar un orden de género desigual y que hay un movimiento conservador que nunca quiso que se hablara de mujeres ni de género. Entonces, no son las personas trans quienes tienen la fuerza y el poder suficientes para “borrar” a las mujeres y al sujeto político mujer. Son otros grupos y otras las fuerzas que, dentro de las propias instituciones internacionales que las conferencistas representan, son la amenaza verdadera para la conquista de derechos para todas las personas y para la verdadera erradicación de las desigualdades.

Después del foro

Nuevamente saltaron respuestas cancelatorias, aunque con más firmeza y mayor quórum. Se pidió, incluso, la destitución del director del CEIICH por promover discursos de odio.

A la viralización de estas posturas, se argumentó que las universidades son espacios con libertad de expresión y que, como centros docentes e investigativos, la mejor respuesta debe ser realizar más foros desde otras perspectivas.

En lo personal, mientras escuchaba a las panelistas, sentí que mi subjetividad y mi corporalidad eran basura dentro de sus análisis. Como mujer cisgénero, pero negra, racializada, migrante, no me encontré allí representada, al contrario. Luego, me sentí atrapada en la encrucijada de no indignarme, de no proferir la frase “esto es inadmisible”, solo porque otras académicas (cis y no-racializadas) esgrimieron que en la academia no se puede cancelar sino debatir. La obligación de escuchar discursos excluyentes jerarquizados pero en nombre de todas sin poder mostrar mi indignación con un “nunca más” se convirtió en una camisa de fuerza, otra más.

Es importante destacar que las personas que pueblan en su amplísima mayoría las casas de altos estudios no son los cuerpos no-hegemónicos. Ni las personas racializadas, trans, indígenas, empobrecidas tenemos las mismas posibilidades de constituir un foro con ese nivel de impacto y mediatización. En primer lugar, porque la brecha educacional en los estándares capacitistas occidentales es abismal (cuántas de estas personas son doctoras, o maestras, o representantes de la ONU, etc.). En segundo lugar, cuántas se encuentran vinculadas a estas instituciones desde sus subjetividades y sin que les usurpen la palabra. No es esencialismo, es poder hablar con el mismo nivel de representación: clasista y colonial/desde abajo y descolonial; cisgénero/transgénero.

Entonces apelar a que la academia resuelva un problema político al que no tienen alcance los cuerpos subalternos porque se harán bajo las reglas de su juego, es una falacia.

¿Cómo pueden responder los colectivos de personas trans? Es importante recordar que alrededor del 90% de las mujeres trans ejercen el trabajo sexual como único medio de subsistencia y debido a la profunda estigmatización, exclusión y discriminación estructural de nuestros países. También que el 65% de las personas transexuales en América Latina ha sufrido violencia en el ámbito escolar. Pocas superan los estudios de primaria y secundaria (¿cómo rebatir que el espacio de discusión son las universidades?). En Argentina, antes de la aprobación de la Ley de identidad de género, 8 de cada 10 personas trans fueron discriminadas en los centros de atención de salud por lo que prefieren atenderse por un especialista solo en casos de gravedad; después de la Ley, el número descendió a 3 de cada 10 (¿cómo no hablar de personas gestantes, menstruantes?). La esperanza de vida, en general, no supera los 35 años.

Ante este escenario horripilante, el foro “Aclaraciones”, no ayuda. Pretender que ocupen los espacios universitarios para exponer la defensa “científica” a sus posturas, es una ironía.

Si bien no concuerdo con las destituciones, ni con cancelar instituciones que han sido fundamentales en nuestra formación y en la consolidación del feminismo en México y en América latina como el CEIICH, lo cierto es que las herramientas políticas (no académicas) que tienen a mano estas poblaciones desplazadas es pedir, gritar, reclamar que nunca más se les expulse, que nunca más se hagan eventos donde se les discrimine no solo por su presencia, sino que se les excluye ontológica, epistemológica, jurídica y materialmente hablando.

A propósito de una lectura marxista y materialista

La filósofa Holly Lewis, en su libro “La política de todes”, indaga acerca del feminismo, la teoría queer y el marxismo. Allí nos expone como uno de los pilares de la ideología liberal es la idea de que el debate y la discusión son inherentemente valiosos. Nos desmistifica esta aseveración apuntalada sobre el paradigma de la libertad de expresión ya que la discusión no se encuentra realmente promovida en “igualdad” de condiciones.

Lewis recuerda que, quienes poseen los medios de producción (las élites), poseen también los medios de comunicación y, directa o indirectamente, las casas de altos estudio donde se condensan las ideologías de esas élites de manera científica.

La ideología liberal y neoliberal, que muchas veces raya en lo fascista, necesita de un mundo bien ordenado y jerarquizado, en donde cada cuerpo ocupe su lugar y donde cada lugar esté bien delimitado. “La ideología de la diferencia sexual inmutable es una enorme barrera para intentar imaginar a ‘todes’. El mundo por lo general se entiende que está dividido en dos categorías ontológicas – hombre y mujer- y nadie se convierte en un “don nadie” más rápido que aquellas personas que no encajan en ninguno de estos dos grupos” (página 24)

Existen vasos conductores entre los grupos conservaduristas al interior de la ONU (como señalaron las foristas) y cierto feminismo excluyente, liberal, que se atrinchera en la libertad de expresión y en las inaccesibles academias, para disputar desigualdades políticas de manera tal de alejarse de expresiones radicales que cimbren las actuales estructuras de poder (a las que pertenecen). Pueden ser progresistas, pero hasta un límite.

Como explica Lewis, no hay misterio en por qué personas que son atacadas por todas partes, además de sufrir explotación y exclusión tan severas como provocar muertes tempranas, se preocupen tanto por desarrollar un lenguaje, espacios, categorías que las describan para afirmar su existencia misma. Esto es materialista. No es un sentimiento individualista capitalista, es una situación real, concreta y colectiva. Frente a la libertad de expresión existe una inconmensurable necesidad del derecho a la autodeterminación y a la vida.

“Tampoco la lucha de las personas trans y queer (…) queda fuera del ámbito de los fenómenos materiales”

Nota: Este texto se redactó antes de la marcha en la UNAM. Aclaro no concordar con las agresiones físicas que allí se cometieron.

Imagen: Fragmento de la portada del libro La política de todes, de Holly Lewis.

Madre, mujer negra, migrante nacida en Cuba. Abogada, investigadora, militante feminista y antirracista. Ahora escribidora

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