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    Madres y neurodivergencias: del amor y otros berrinches

    A partir de los dos años y medio aproximadamente, mi niño comenzó a cambiar su conducta. Parecía más distraído y con menos ganas de interactuar socialmente. De tan risueño, pasó a un mundo en el que le costaba regalar su risa desenfadada. Un mundo de aparente introspección. Mis alarmas internas se encendieron. Llamé a dos especialistas recomendadas y coincidieron en que era muy pequeño para evaluar algún diagnóstico. Debía darle chance a que siguiera desarrollándose y, con mayor madurez, entonces chequearlo. Sin embargo, comenzaron las quejas en su escuela. Las maestras decían, con desdén y hasta con enfado, que algo con el niño no iba bien, que no se quería…