Antirracismo

Memorias sobre un Congreso Afromexicano en Tepoztlán

El 30 de noviembre de 2019 se celebró el Primer Congreso sobre Estudios Afromexicanos en Tepoztlán, el pueblo donde vivo, ubicado en el Estado de Morelos, México. No formaba parte de la organización del evento pero compartí el programa en varias redes de difusión porque sería un coloquio realmente inaudito y sumamente necesario. La emoción no me cabía en el pecho, no tendría que desplazarme hacia la ciudad ni a otras latitudes para empaparme más de estos temas de mi interés. Loable, sin lugar a dudas, el empeño de Tanya Duarte de traer a nuestra localidad este foro de debate llamada “la tercera raíz” de México, porque sigue siendo un tema desconocido por los propios mexicanos, también relegado y ahora con una fuerte corriente de reconocimiento constitucional y social.

Aunque estos eventos no se organizan exclusivamente para público afrodescendiente—todo lo contrario—a mí me tocaba de cerca porque forma parte de una de mis líneas de investigación, porque soy mujer negra y, además, practicante iniciada muy recientemente en la religión yoruba afrocubana por lo que visto de Iyawó durante todo un año, según las reglas de Osha y entre otras pautas, totalmente de blanco, con faldas largas y con turbantes que tapen mi cabeza, además con todos los collares y pulsas representantes de cada Orisha. Así es que orgullosamente negra y rotundamente yoruba, me dirigí al recinto del Congreso como especie de puerto seguro donde desplegar toda mi confianza y toda mi concentración por alcanzar mayores aprendizajes.

No había pasado la primera hora de exposición, por la Dra. Sagrario Cruz-Carretero sobre los procesos de resignificación cultural afrodescendiente en México, cuando todas las emociones se me fueron cayendo al piso, una tras otra. Uno de los elementos que abordó la Dra. Sagrario fue, precisamente, sobre el uso del turbante en las mujeres afrodescendientes.

Primero expuso que la imposición de turbantes hacia las mujeres negras durante los años de esclavización tuvo su origen en lo irresistible (sexistamente hablando) que le parecían a los hombres blancos el cabello rizado de las mujeres afros, por lo tanto la orden fue mandarlos a tapar con los turbantes para evitar el posible desenfreno sexual de los conquistadores hacia las mujeres negras. Agregó que en algunas comunidades afromexicanas se está resignificando el turbante como reivindicación identitaria de la belleza afro, más bien por jovencitas, AUNQUE ELLA TIENE RUPTURAS con esta resignificación, toda vez que fue un elemento de opresión.

La ponente insistió, en tres ocasiones seguidas con mucho agravio y mucho desprecio, en su postura contra el uso del turbante, aunque su insistencia no guardara relación con el contexto específico. No olvidar que en su auditorio, donde no superábamos las 30 personas, estaba yo, la única persona que llevaba tapada su cabeza con un pañuelo blanco debido a mi regla Osha. Tres ocasiones en que trató de maniqueísta y folclorizante el uso de este atuendo en nuestras cabezas. Tres ocasiones en las que negó que se rescatara con ello ninguna identidad. Tres ocasiones en las que, en detrimento del turbante, esgrimió que las “jovencitas”—término empleado peyorativamente— hacían talleres sobre el uso del atuendo en lugar de hablar sobre la violencia de género. En fin, que arremetió sin tapujos y sin clemencia contra los turbantes y su resignificación, negándola arbitrariamente.

Tal fue su impertinencia, que mi amiga, quien me acompañaba, me tomó la mano suavemente preguntándome si me sentía incómoda. Era notorio que habiendo una sola mujer con turbante y, para ella y su visión racista, con todos los elementos “folclorizantes y maniqueístas” sobre lo negro, me hablaba a mí, fuera de manera solapada, fuera de manera directa.

A mi amiga le contesté que no, que yo estaba bien y que no se preocupara. Pero levanté la mano, y le argüí su sexismo, su prisma racista y su escarnio público, porque lo personal es político, y aquello fue reflejo de que por más estudiosos que sean de lo afro, son ignorantes en senti-pensar lo negro y la negritud. La mirada elaborada en academia de laboratorio es inmensamente pequeña frente a lo amplísimo y diverso que es lo afro. No hace falta ser negrx para estudiar lo negro. Pero hay lugares inalcanzables en ese sentipensar si no hay historias de vida que te atraviesen la existencia.

No solo me sentí maltratada por ella. La organizadora del evento, Tanya, mientras aún platicaba en la sesión de preguntas con la ponente, alzó sus brazos en cruz separándolos en símbolo de terminar y pidió un aplauso, dejándome sin darle las gracias tan siquiera. En la segunda ponencia del Congreso, al no darme la palabra para preguntarle al profesor Jesús María Serna Moreno, esperé al final para acercarme a él y satisfacer mi duda. Sin embargo, ella acudió a nosotros dos rápidamente,  interrumpió grosera e intempestivamente mi plática con el Doctor, imponiendo que me esperara hasta todo el final del evento y que si no me quedaba al final, entonces mi pregunta la dejara con mi amiga.

Fue importante Sagrario, fue importante Tanya. Aprendí hechos históricos que ignoraba completamente y, sobre todo, me hizo confirmar lastimosamente que no es lo mismo llevar en la piel el color y en el alma las prácticas de nuestra negritud. Verificar que son pocos los puertos seguros, que ningún nombre de ningún evento garantiza el compromiso, la profundidad, la seriedad y el respeto con la temática que se aborda, y tampoco con los participantes. Nos faltan muchos kilómetros por recorrer en defensa de que nuestras voces no sean secuestradas por los títulos académicos. Tenemos voz, tenemos mucho conocimiento, historias y emociones que compartir.

A mitad del Congreso tuve que partir porque mi condición de madre así me lo exigía, justo al inaugurar una exposición fotográfica titulada “África en América”, de Sebastián Suki, un reconocido artista. Tengo que decir que la obra fue muy honesta, y que Suki, al responder mi pregunta sobre cuál fue su aprendizaje durante el recorrido por el cual capturó sus instantáneas, también habló desde un lugar humilde y transparente porque reconoció que no conoce África, algo que ya había percibido claramente y que había anotado en mi celular mientras contemplaba las imágenes. A continuación mi nota:

“La exposición está marcada por la mirada extranjerista y sensacionalista de lo negro, no de su esencia. La espectacularización de rituales es lo refrendado, mas no su espíritu. Es un espejo del imaginario africano desde el eurocentrismo. La herencia africana en América se queda sesgada por lo religioso, porque entraña misterio y recelo en el mundo blanco. El intento del lente deconolizador es evidente, pero no se logra. El espíritu de África en América, está ausente.

Al fotógrafo le llamó la atención la fuerza de los rituales, y ese debe ser su título, porque desconoce África.”

Iyawó, foto tomada de internet

Madre, mujer negra, migrante nacida en Cuba. Abogada, investigadora, militante feminista y antirracista. Ahora escribidora

2 Comentarios

  • Alynn

    Otra vez soy la primera en comentar??? Vaya… Recuerdo, Ali, que ese día me hablaste desde la decepción y la tristeza. Ahora comprendo… y, te quiero más. Vas cobrando altura, sabes?, ante mis ojos que no paran de asombrarse de la mujer valiosísima que eres, de la hondura de tus pensamientos, de la justeza de tus luchas…

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.