Género

El #8M 2022 que viví: una mirada íntima hacia un asunto colectivo (galería)

8 de marzo de 2022, 7:02 pm, Mérida

Un policía indica con una linterna que hay que seguir, la calle está cerrada para los autos. “¡Hay marcha!”, me dice Sebastián después de mis dudas por la tranquilidad de las calles y también por lo tarde que me incorporaba. Me bajo apurada del coche y camino en dirección a La Antimonumenta en el centro histórico.

Calles estrechas y solitarias, bares y restaurantes para turistas abiertos, luces cálidas desde los postes, y muchos policías armados y encapuchados. Yo caminaba rápido mirando el pavimento. De reojo miraba los carros de los agentes del orden, “policía estatal”, rezaban sus letreros. Seguí mi paso. Un tipo me mira feo… claro, andaba con mi pañuelo “abortero” verde en el cuello y en dirección a la plaza, no quedaban dudas, yo era una feminista que iba a protestar contra el sistema. Desde una ventana susurran “feminazi”… ciertamente la gente no nos acepta bien y menos si vamos a marchar, ni siquiera nos entienden. A pesar de estar rodeada de policías, no estaba tan segura de que si alguien me atacaba ellos me fueran a defender.

Primera vez que iba a una marcha sola. He ido a muchas, muchísimas, y hasta embarazada cuando los 43 de Ayotzinapa, pero nunca sola, nunca de noche, nunca en una ciudad tremendamente conservadora y totalmente nueva para mí. Y tuve miedo por algunos instantes. Se suponía que el punto de concentración quedara a dos cuadras y ya había caminado como tres. “Aquí cualquiera se la puede desquitar conmigo” me dije, pero seguí y alcé mi cabeza mientras me acordaba de una de las consignas icónicas de las feministas: “cuando regrese a casa quiero ser libre, no valiente”. No iba a casa, pero iba a donde todas, al menos una vez al año, armamos juntas el sueño de una casa que deseamos habitar.

Escuché, al fin, las voces. Se coreaba el final de “Un violador en tu camino” y apuré en trote mi paso. A la esquina siguiente se divisaba la muchedumbre, puras morras indignadas y alegres, acuerpadas, llenas de carteles, de consignas, madres con niñes, madres con sus hijas adolescentes, señoras que peinan canas y muchísimas jóvenes.

Que ser mujer no nos cueste la vida

Caminé entre ellas, observé mucho, celular en mano con 13% de batería. No abrí la boca en ningún momento (no sé si por la soledad o por la novedad del lugar y su dinámica, o ambas), el caso que es que no grité cuando normalmente dejo la garganta en las plazas.

#8M2022, Mérida

Tomé algunas fotos, grabé algunos momentos tremendamente conmovedores, todos acompañados de la letra de “Canción sin miedo”, hasta que aguantó la batería de mi cel. A veces nos reíamos, otras nos estremecíamos. Y pasado un rato, empecé a darme cuenta de algunos sinsabores y contradicciones en aquella manifestación.

Había poquísimas personas racializadas, migrantes o extranjeras, y hasta donde logré participar tampoco hubo presencia de personas con otras identidades de género como colectivo, o como grupos u organizaciones que expresaran algún tipo de interseccionalidad en la marcha; se apreciaba, en general, una mayoría de muchachas no racializadas. Mientras tanto, la policía se mantenía lejos y atenta, no se sentía ninguna presión por parte del cuerpo policial.  

De las cosas que más me llamaron la atención, a diferencia de otras veces, fue que ni las consignas, ni los discursos, expresaban a ciencia cierta un pliego de demandas. Lo más denunciado era la violencia de género y los feminicidios, y diría que lo único que se denunció con contundencia. Por otra parte, todas las manifestantes nos concentrábamos alrededor de monumentos. Voceaban para alentar a las jóvenes que intentaban treparse a las estatuas para graffitearlas y pintarlas. Los gritos, las loas y los coros cumplían la función de expresar la rebeldía contra la violencia feminicida y el machismo, pero también y, sobre todo, para levantarle el ánimo a las que intentaban llegar a la cima de las estatuas.

Las consignas más repetidas contenían una alta carga punitivista, por más que sepa que así se ha forjado lamentablemente el movimiento en los últimos años, no deja de preocuparme. Coros como “verga violadora a la licuadora”, “somos malas, podemos ser peores”, desplazó totalmente otras consignas históricas como “señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente”, o “ahora que estamos todas, ahora que sí nos ven, abajo el patriarcado se va a caer, arriba el feminismo que va a vencer”, o “alerta, alerta que camina la lucha que camina por América Latina, y tiemblen, y tiemblen los fascistas que América Latina será toda feminista”. Tampoco se escucharon los icónicos gritos muy característicos del movimiento mexicano de “Ni una asesinada más” o “Vivas se las llevaron, vivas las queremos”.

Machete al macho/Estamos vivas porque resistimos

De hecho, cuando las chicas lograron su propósito de alcanzar la cima del Monumento a los Montejo[1] y pintarlos, la manifestación se dispersó. Justo la glorieta quedaba a muy pocos metros de un restaurante turístico con servicio en la terraza (Cafetería Impala), y muchas de las manifestantes, ataviadas con las insignias violetas y verdes, coreaban y gritaban desde dentro de las instalaciones mientras consumían bebidas y alimentos. Allí me dirigí para cargar mi celular, y pude constatar que no se tomaba muy en serio lo que estaba ocurriendo. Una vez más, estamos hablando de jóvenas no racializadas y con capacidad económica de consumo (para no hablar de clases sociales al azar), y digo esto porque, generalmente, son a las chicas de clases bajas a las que se culpan por estas acciones.

Si bien se alude a que esta marcha fue histórica porque nos acercamos a las 10 mil personas participantes, es importante hacer notar que es preciso visibilizar un pliego de demandas que no se limitan solamente a la violencia de género, y eso no sucedió. Considero imprescindible que se sepa que el objetivo de las marchas no es únicamente pintar monumentos que mañana se borran. Cada concentración de manifestantes que visité se ubicaba en torno a un monumento ya intervenido y gente dispersa alrededor. Se hace muy urgente tener conciencia que hay un feminismo de mercado que nos impulsa a soltar la rabia mediante la intervención directa sobre inmuebles para, aparentemente, sentirnos empoderadas de haber podido “dañar al Estado”. Pero, ¿será eso lo que quiere la mayoría del movimiento de mujeres y/o feministas?

Por supuesto que la rabia social es totalmente legítima, así como las acciones de protesta directa sean violentas o no, sin embargo, históricamente esto ha respondido a condiciones y causas específicas en un contexto determinado y situado. Las acciones violentas y no violentas ocurridas entre los años 2019 y 2020 en la Ciudad de México principalmente atendían a un contexto muy determinado por la violencia de género y la falta de acceso a la justicia a tiempo mediante el impacto mediático de una violación grupal y cuatro feminicidios principalmente. La indignación colectiva se expresó genuinamente, a pesar de las contrariedades de una parte (no menos importante) del movimiento feminista mexicano.

No obstante, estas acciones pareciera que se han convertido en un “requisito” de las protestas y han desplazado otras demandas y años de trabajo sistemático de muchas mujeres y colectivos más allá del feminicidio, aunque conectado con este. Es perentorio alertar que las violencias basadas en género se dan como expresión de las profundas desigualdades de género, no se trata solamente de “sentenciar o ejecutar al macho”. Los feminismos llevan siglos exigiendo muchísimos derechos y demandas insatisfechos todavía hoy y que tiene que ver con la precarización en general de la vida, con la mercantilización de los cuerpos, el desamparo laboral y económico, con el racismo, el clasismo, con la lgbtfobia, con las formas de explotación del capitalismo (como la industria maquilera cuya feminización está atravesada por claros vectores raciales y territoriales), con los tentáculos del narcotráfico, la corrupción de los jueces y más.

Pensemos entonces en la indignación colectiva en los términos de discernimiento que nos alentó Audre Lorde: “El odio es la furia de aquéllos que no comparten nuestros objetivos, y su fin es la muerte y la destrucción. La ira es el dolor motivado por las distorsiones que nos afectan a todas, y su objetivo es el cambio.” (En Los usos de la ira)

Es importante trascender la furia (sin negarla) y transformarla en pactos y alianzas con otros movimientos sociales, trascender hacia la articulación con la gran diversidad de mujeres que conforman este país y llegar a acuerdos que signifiquen puntos de contacto entre las fuerzas democratizadora de las mujeres desde abajo y las fuerzas desde arriba, en pos de los cambios y la justicia social toda.

Seamos conscientes de que los medios y la sociedad solo se enfocan en las acciones de protesta violentas y, en la misma medida, desenfocan y borran con todo el trabajo sistemático que se hace por años y años. Hay feministas que participan en el movimiento el 8M para hacer pintas o como parte del “bloque negro”, pero la gran mayoría trabajan para y por el movimiento los 365 días del año, y ese trabajo constante que se invisibiliza con los “rompimientos” y “graffiteadas” merecen mucho de todo nuestro respeto.

Recordemos que esas formas de protesta, violentas y no violentas, son dinámicas de ciudad, y México no está conformado homogéneamente por ciudades y clases medias. Entonces, no solamente necesitamos mostrar la rabia (que la tenemos), necesitamos mucho más arrancarle al Estado políticas, presupuestos, programas para toda la pluralidad que compone esta república heterogénea. Las mujeres presas, migrantes, afromexicanas, indígenas, las disidencias sexuales y de género, entre otras subjetividades subalternas no están esperando que las noticias televisen las marcas dejadas en la ciudad que, en primer lugar no habitan y, sobre todo, no les resuelve el problema. Y no lo resuelve porque es evidente que no ha trascendido en estos años a un más allá de la violencia, ni ellas han resultado visibilizadas.

Aquí no se discute el valor de la vida sobre el valor de las paredes o los muros. Aquí tampoco se está disputando entre si llamarle violencia o no a esos métodos de lucha. Eso sería reducir mucho el debate, el cual no está siendo exclusivo del territorio mexicano, las compas argentinas nos alertan que la “derecha quiere captar la indignación social y hacer primar el espíritu individualista de libertarios por sobre el comunitario o colectivo”. Por supuesto que la vida es por lo que luchamos, y sería muy falaz no reconocer que sí se provocan daños materiales y físicos. Se trata de interpelarnos como movimiento y someter a discusión este tema espinoso, poner bajo la lupa el rendimiento en términos de beneficio para nuestras agendas el hecho de que siempre, e indefectiblemente, se tenga que graffitear o romper, mientras todo el resto del trabajo se echa por el tragante. Qué país nos proponemos cambiar en este mundo de guerras, y si estas son las vías para logarlo, es otra pregunta incómoda y sin una sola respuesta válida.

Si no pensamos y actuamos en términos colectivos, nuestras luchas quedarán esparcidas y fragmentadas, como los cristales rotos de las protestas.


[1] Esta glorieta y monumento ha sido foco también de protestas antirracistas y anticolonialistas por parte de organizaciones indígenas de la ciudad de Mérida. http://www.informaciondelonuevo.com/2018/04/el-monumento-los-montejo.html#:~:text=%2D%20El%20Monumento%20a%20los%20Montejo,primer%20alcalde%20de%20M%C3%A9rida%2C%20respectivamente.

Madre, mujer negra, migrante nacida en Cuba. Abogada, investigadora, militante feminista y antirracista. Ahora escribidora

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