Género

“Amiga, date cuenta”

Sobre mi artículo “Réquiem para Ivonne, y por una Ley que no fue”, dos personas comentaron—aunque no sé si lo leyeron—lo siguiente: “las mujeres también tenemos que hacernos respetar”, y “la violencia contra las mujeres tiene que parar comenzando por nosotras, comenzando por no permitir que nadie nos maltrate”, y eso me lleva por dos caminos a través de los cuales interpretar y sentipensar el alcance de lo que me han escrito.

El primero me lleva al “amiga, date cuenta”, esa campaña en redes que no pierde vigencia porque lo que pretende es alertar sobre los diferentes niveles de la violencia de género. Algo como “vete a la primera”, a la primera que te hagan porque los maltratos viajan en espiral, in crescendo. Si te humillan, vete a la primera; si no te deja trabajar, vete a la primera; si te controla, vete a la primera; vete al primer golpe también. Y es cierto, es un buen consejo, debe ser una práctica de nosotras. Pero lamentablemente no es una práctica que sea suficiente, porque la violencia machista no solo depende de nosotras.

Y eso me lleva al segundo camino, nosotras no somos culpables de las violencias que nos ejercen, tenemos que desterrar esas ideas. Si buscamos los casos más atroces de feminicidios, última expresión de la violencia de género, un alto porcentaje ha sido por parejas o exparejas que han decidido quitarles la vida a esas mujeres, porque esas mujeres, “suyas”, decidieron terminar la relación. Así es que no es suficiente con darse cuenta y salirse del círculo de la violencia. Lo que no quiere decir que no sea importante.

Y me detuve a cuestionar también si ese es el comienzo ¿darnos a respetar? ¿no permitir?

A mí dos veces me eyacularon en la guagua. La primera vez el anciano no logró echarme el semen encima porque le grité asombrada que ‘qué hacía’, y me repetí mil veces ‘cómo no me di cuenta desde antes que ese señor venía repellándose’, como si la culpa de que el hombre abusara de mí hubiese sido mía por no haber sentido su erección contra mi nalga desde el inicio. La segunda vez el joven sí lo logró, y lo agarré justo cuando la guagua abrió sus puertas y, dándome a respetar, lo empujé mientras se bajaba del ómnibus. Pero salí yo también enfadada diciéndole cosas, y me devolvió una bofetada de aquellas, lanzándose a correr.

Si además evaluamos las violencias contra las niñas, entonces, ¿sigue siendo válido empezar por darnos a respetar nosotras mismas?

Tendría unos 10 años cuando mi vecino, de treinta y tantos, me pidió prestada mi pelota de tenis para jugar con un primo y accedí. Luego de unas horas quise que me la devolvieran, se negaron, tuvimos un altercado de palabras que terminó en el primer golpe en la cara que me propinaran en mi vida. Me caí aturdida, me levanté del piso llorando, fui a mi casa y no dije nada para evitar cualquier escalada de violencia. Él tenía esposa e hija recién nacida, y lo único que le atiné a decir entre sollozos fue: si esto me hiciste a mí, que será de tu mujer y tu hija. Diez años. Pero tenía que darme a respetar.

Entonces, ¿ese es el comienzo? No. Porque además de no ser suficiente, que la primera responsabilidad recaiga sobre nosotras bajo esos estándares es irreal, es ficticio. Comencemos por reconocer el fenómeno que nos oprime y nos violenta de manera autorizada y con total impunidad: la violencia machista.

El patriarcado sostiene como sistema de orden social la opresión y el control sobre las mujeres, o sobre los cuerpos feminizados. La violencia de género es su manifestación directa y vertical. Históricamente se ha ejercido control y dominación sobre nuestros cuerpos (estética y biológicamente), control sobre nuestra reproducción (tenemos que parir), sobre nuestra sexualidad (gatas o gallinas, el clítoris es un pene inmaduro), sobre nuestra economía (ser amas de casa, no dejarnos trabajar, controlar cuánto ganamos y en qué gastamos el dinero, legalmente ganar menos que los hombres).

Al decir de Rita Segato, la dueñidad de la vida—de nuestras vidas—marcada por la desvalorización como mujeres, la cosificación de nuestros cuerpos y la inferiorización como sujetas provoca la constante de la violencia de género y da pulso al mundo en que vivimos hoy y su sistema de cosas.

Entonces mis caminos llegan a un punto de encuentro: amiga, date cuenta, el problema no somos nosotras sino el patriarcado, la violencia machista hay que denunciarla, y no basta con hacernos respetar.

Madre, mujer negra, migrante nacida en Cuba. Abogada, investigadora, militante feminista y antirracista. Ahora escribidora

Un Comentario

  • Mical

    “…el problema no somos nosotras sino el patriarcado, la violencia machista hay que denunciarla, y no basta con hacernos respetar.” Citando sus propias palabras, debemos denunciarlo, y creo (mi opinión muy personal) que Ud. SÍ debió comentar, denunciar, a aquel vecino abusivo, sin embargo eligió no hacerlo “para evitar cualquier escalada de violencia”, permitiendo a ese sujeto que abusara a su vez de otras mujeres amparado en el silencio de sus víctimas. Por eso pienso que “la violencia contra las mujeres tiene que parar comenzando por nosotras, comenzando por no permitir que nadie nos maltrate”. Y que conste que yo no he estado exenta en mis 47 años de más de un “repello” o toques morbosos en guaguas y otras aglomeraciones, o de diz que piropos extremadamente groseros y de pésimo gusto, y hasta de amenazas físicas por parte de hombres, pero NUNCA he permitido que escalen a mayores estos eventos. Muchas gracias por estas reflexiones y por ponernos a pensar, pero sobre todo, a actuar.

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