Pelo
Toda mi vida he llevado el cabello largo, bien largo. La mayor parte de ese tiempo lo he dejado vivir sin corte alguno, solo creciendo. La mitad de “esa vida” lo he tratado, a veces con tintes, otras con keratina, otro tanto con desriz y hasta potasa.
Formaba parte intrínseca de mí. Como un eje de mi identidad.
Me han hecho todo tipo de comentarios: hazte un corte porque así nada más no luce; péinate mija para que veas qué fuerza y brillo coge; córtate las puntas que las tienes en candela; te toca ya un tintecito; no te hagas nada y déjatelo natural; me encantaría ver tu pelo natural; ¡ah! te alacias el pelo?; qué lindo tu pelo, me encanta así como está.
En esas idas y venidas, entre críticas y elogios, hicieron ya tres años que no le hacía nada. Lo dejaba seguir creciendo libremente, como quien dice salvajemente, y lo redescubrí en su total estado natural. Lo amé mucho, volvía a mi plena identidad, sin bordes ni límites (siempre he creído que el glamour es una especie de molde que aprisiona) y fui tan pero tan libre como él.
Pero así como se fue en demasía esa engañosa relación entre lo que soy y lo que luzco, también vino el hastío de tenerlo ahí siempre tan presente, tan lleno de comentarios fútiles, tan cosa objeto yerto que me gobernaba la cabeza y a veces también los pensamientos. Y me fui separando de él, saturada, molesta, con ganas de un cambio.
En un ritual muy reciente me afeitaron la cabeza. Totalmente calva. Y volví a sentir la misma, o más, libertad que antes. Amé más mi cabeza, honré más a mis ancestras que tuvieron que cargar con tanta historia dolida en sus pelos negros. Amo mi imagen sin cabellera alguna. La identidad es un sentir tan fuerte que, a veces, no tiene nada que ver con la apariencia. Ya viene tatuada en nuestra sangre, en el latir de nuestros corazones rebeldes.
Le había anunciado a una amiga que me afeitaría la cabeza, y exclamó: ¡dios le da barba a quien no tiene quijá (quijada o barbilla). Tú te quedarás calva voluntariamente, y yo me quedé calva involuntariamente, no quería quedarme sin pelos.” Mi amiga es sobreviviente de cáncer, y me dejó pensando tanto, sintiendo más, que sí, le dedico desde lo más hondo de mi corazón estos breves pensamientos.
Ella enfrentó a un monstruo vivo que viene a morirnos lentamente, y yo, solo me enfrenté a mi espejo.
Viajando de La Habana a Ciudad de México, 19 de octubre de 2019
2 Comentarios
Alynn
Alina, este texto me llegó profundamente cuando lo leí por primera vez porque reconocí de inmediato mis palabras y mi experiencia. Creo que habrías escrito de esto de igual forma pero, tal vez aquello que dije fue un catalizador.
Yo sufrí mucho, sobremanera. Tuve que escoger entre mi salud, mi vida y mi cabello. Hoy estoy sana y con pelo nuevo.
Es siempre bueno poder elegir, aunque sea una elección difícil. Yo no soy yo, sin mi cabello, por raro y difícil de entender que sea para algunos. Y sí, escogí vivir un tiempo sin él, dejar un poco de ser yo, o quizás ser más yo que nunca. Hoy mi pelo, mi pelambrera para mí y los que me conocen, es sinónimo de vida!
Alina
Amiga hermosa!!!! Gracias por compartir más hondamente tu sentir!! Pues seguramente hubiera escrito sobre ese antes y después, pero te aseguro que sin la reflexión sobre mi propia vanidad, nunca desde esa otra mirada y desde otros dolores, nunca revelando los otros tantos significados que tiene llevar pelo o no. Al menos eso fue lo que intenté plasmar. Te abrazo siempre!!