Colonialidad epistémica: el totalitarismo
Alerta Byung-Chul, acerca de los peligros futuros que nos dejará la pandemia, que “Es posible que incluso nos llegue además a Occidente el Estado policial digital al estilo chino.” Y lo alerta sobre la base de que “Los Estados asiáticos tienen una mentalidad autoritaria. Y los ciudadanos son más obedientes.”
El País, y todos sus seguidores, se hicieron eco de sus palabras, a través del periodista Jorge Zepeda, quien escribió “Me parece preocupante que en el balance final el “modelo chino” resulte el más adecuado en la peor crisis que se ha presentado en lo que llevamos del siglo XXI.”
Mientras tanto en México se anunció que “el Gobierno de la Ciudad de México indicó que las empresas de telefonía brindarán acceso a las antenas de los celulares para que, a través de la Agencia Digital de Innovación Pública (ADIP), se mantenga un monitoreo del movimiento y contacto entre personas en la ciudad.” Y a partir de este comunicado muches están repitiendo, de manera alarmada, que estamos al borde de un estado totalitario.
Voy a empezar por aclarar que no es de mi agrado esta medida, no simpatizo con el control sobre nuestros cuerpos y desplazamientos, sin embargo, quiero adentrarme a analizar cuán colonizados estamos epistemológicamente con la noción del totalitarismo, y hasta qué punto hemos asimilado un término con connotaciones tanto parciales como distorsionadas a conveniencia.
A pesar de que la palabra, en el sentido político que hoy conocemos, surge en la Italia de Mussolini para calificar a su régimen desde la oposición, y que luego se refuerza en la Alemania de Hitler, ha quedado como término reservado para los lamentables ejercicios de gobiernos basados en un marxismo deformado, como son los casos de Stalin, Mao, Pol Pot, entre otros. Sobre todo, cuando el aparente fin de la Guerra Fría dejó en manos del occidente capitalista la victoria. A partir de ahí, el discurso hegemónico sobre el fracaso de los estados totalitarios, léase en simbiosis comunistas, socialistas, marxistas, se reprodujeron exponencialmente con aires triunfalistas y sostenidos en el miedo a la pérdida de las libertades, algo así como “véanse en ese espejo, la necesidad del Estado no la es tal”. El Estado como ente difuso y separado de las personas.
Sin embargo, existen tres rasgos fundamentales que, a mi entender, definen el totalitarismo: la concentración de poder en un partido, en una sola persona o un grupo reducido de personas, el empleo sistemático del miedo para inmovilizar y hacer obedecer, y la actuación política del gobierno en base a una ideología que busca ser apoyada por las masas mediante el convencimiento ligado a la necesidad del Estado. Otros aspectos a tener en cuenta son el empleo de la propaganda y de la represión como formas de disciplinamiento.
Está demás recrear el comportamiento de estos ejes en los gobiernos antes señalados pues no solo la literatura, sino todos los medios de difusión se encargan de repetírnoslo una y otra vez hasta el cansancio. Pero ¿acaso no vivimos de este lado de la tormenta también en régimen totalitario? ¿qué nos hace pensar que no, que estamos a salvo?
Desde que las corporaciones ostentaron personalidad jurídica de manera independiente y separada a las personas que la componen, estas dejaron de tener cara y cuerpo señalables, y en la misma medida dejaron de responder ante determinados actos frente a terceros, si bien a veces responden, no de la misma manera. Comenzaron a ser “personas” (jurídicas o morales) sin los mismos presupuestos de una persona física o natural, un tanto invisibles, incorpóreas e intangibles. Apenas identificables mediante una marca, aunque la misma cambie indefinidamente en el tiempo y continuar con las mismas prácticas.
Sin embargo, las corporaciones (administradas por el 1% de personas más ricas de la población mundial) lideran, pujan, planean, hacen política y las ejecutan a partir de los gobiernos que apadrinan, gane el partido que gane, ellas son supraestatales (como los partidos únicos), son transfronterizas, globales (más peligroso aún), sin ellas el mundo no se mueve, y lo saben.
Claramente la capacidad de dominación a través del liderazgo como figura unipersonal se difumina, pero la concentración de poder en manos de unos pocos existe y funciona. Aun con herramientas diferentes, ponen a su servicio a los estados, nuestros estados “democráticos”. Tienen más fuerza discursiva que los propios panfletos políticos de líderes autoritarios, se instauran como ideología del consumo a través del marketing, la publicidad, así nos someten y nos entusiasman para apoyar y defender la dinámica de la rueda y el ratón con síndrome de Estocolmo. Pero, sobre todo, a través del miedo, miedo a perder las libertades (reducidas realmente a la libertad de consumo como punto de partida), miedo al extranjero, miedo al migrante, miedo al terrorismo, miedo al pobre, miedo también a las mujeres sin miedo.
Y volviendo al punto del totalitarismo chino a través de la policía digital ¿y Google? ¿Facebook, Uber, Waze? No creo que se nos haya olvidado Snowden, Wikileaks, ni Assange, las conversaciones que graban nuestros teléfonos Android (Andro-hombre y ID-identificación)[1] ¿Cómo van a implementar en México esta nueva “persecución” si no estaba ya ejecutable? Un secreto a voces, pero hasta este momento, oculto, solapado, como la policía secreta de los gobiernos totalitarios.
La represión también, de lo contrario qué significan los asesinatos de periodistas, líderes y lideresas sociales, defensorxs de la tierra, de los territorios, de las comunidades y sus recursos, cómo se llama entonces lo que venía sucediendo en Chile, en Argentina, en México, en Francia y la lista es interminable. Pero detrás de la represión hay un solo interés hablando por medio de los gobiernos: el de las corporaciones.
Que no nos coja el porvenir con epistemologías colonizadas, abramos bien los ojos al control asiático, sí, pero abramos los dos, no solo el ojo derecho y hacia el oriente, también el izquierdo y hacia occidente, no nos hagamos los tuertos, no dejemos de mirarnos como rebaño, también totalitarizados por las corporaciones.
[1] La primera vez que me fui a comprar un celular en México, Sebastián, mi compañero, me explicó su tesis sobre Android, en ese momento elegí el sistema operativo de Microsoft, que ya no existe.