Más que cinco mujeres y un agresor: el rompecabezas de la violencia de género en Cuba

En medio de las jornadas contra la violencia de género en Cuba, donde instituciones del Estado, medios de prensa, recintos académicos, centros de investigación y grupos de activistas se juntan para debatir acerca de este flagelo nacional e internacional, con el optimismo y ahínco de trabajo por tantos años y que recientemente se logra visualizar una parte del entramado estatal que dará respuesta a este problema estructural, la revista digital El Estornudo publica un trabajo acerca de cinco mujeres que denuncian abusos sexuales cometidos contra ellas por el trovador Fernando Bécquer. La noticia obliga a aterrizar lo que por mucho tiempo lleva debatiéndose. El impacto en redes sociales ha tenido una connotación de envergadura. Ya no solo se contabilizan los testimonios de las primeras mujeres denunciantes en el trabajo periodístico, sino que se han sumado más hechos y denuncias que relatan abusos con patrones de ejecución similares por el mismo Fernando o por otros casos. Ha habido colegas del trovador que le han mostrado su rechazo y condena; otros varones que también se han pronunciado en contra con argumentos cabales en lo que respecta al complejo fenómeno de la violencia de género. Se han suscitado campañas de apoyo a las víctimas como “Yo sí les creo”, otras de petición por una “Ley integral contra la violencia de género Ya”, y otra como “No es no”. Tampoco faltan los casos que justifican al agresor y revictimizan a las testimoniantes provenientes de hombres y mujeres, sobre todo de quienes rodean o son más cercanos al trovador y conocían de sus reiterados abusos. Hay quienes consideran que se debe poner el foco en las víctimas y no atender más a los agresores. Hay quien recoloca la lupa en demostrar lo estructural de este caso particular, y la responsabilidad de las instituciones. Hay quienes creen que se trata de un linchamiento mediático y, por tanto, no se le debe otorgar credibilidad a las denunciantes hasta tanto los tribunales no se pronuncien. También hay quienes intentan darle un signo ideológico. Todo cuenta. Todas las piezas conforman el mismo rompecabezas. La justicia Patriarcal. No se trata de un linchamiento mediático. Cuando la justicia falla; cuando la policía no quiere recibir tu denuncia; cuando no se investiga; cuando, a pesar de las pruebas y de la afectación física y emocional, el agresor regresa intacto a su casa, a su trabajo o a las calles; cuando las personas encargadas de administrar la justicia (policía, fiscalía, tribunales, personal médico) revictimiza a las denunciantes ¿qué otra vía nos queda? ¿de qué justicia estamos hablando? ¿qué casos llegan a los tribunales? ¿cómo se dirime el conflicto? Cuando el aparato institucional falla sistemáticamente en casos de violencia de género como los que se narran en el trabajo periodístico, lo primero que ocurre es que las víctimas no acuden a buscar ayuda, lo segundo que ocurre es que se genera impunidad y lo tercero, es que la única vía que queda expedita y sin barreras burocráticas patriarcales es la denuncia social y pública. Reitero, no es linchamiento mediático, es denuncia social, esa que ocurre cuando los canales tradicionales se encuentran obturados o, sencillamente, cuando no ha habido el suficiente crédito en las vías formales como para confiar en ellas. En Cuba sabemos de estas dificultades, no es ningún secreto. La encuesta nacional sobre igualdad de género de 2016 arrojó que solo el 3,7 por ciento de las víctimas acudieron a buscar ayuda institucional ante episodios de violencia de género. Cada año, en las jornadas contra la violencia de género que tienen lugar desde el 25 de noviembre al 10 de diciembre, se discute acerca del deficiente actuar de los agentes del orden y los operadores del derecho y, por tanto, de la necesidad de aumentar las capacitaciones. En la plataforma Yositecreo en Cuba abundan los testimonios de mujeres a las que no han querido radicarles la denuncia y se han quedado en total estado de vulnerabilidad e indefensión. En las redes, en los grupos de Facebook, en los muros de mis amigas, también sobran los casos de obstáculos negligentes para acceder a la justicia. Además de los testimonios donde se demandan malas gestiones del conflicto, lo que deja a las víctimas en el abandono o en la dilación injustificada de los casos sin siquiera aplicar ninguna medida de protección o acompañamiento. Son problemas reconocidos por el estado cubano, sobre los cuales se trabaja y esto es noticia constante en los últimos meses, sin embargo, las víctimas tienen prisa. La prisa de reconstituir sus vidas, física y emocionalmente. La ‘mala’ víctima. La ‘buena’ víctima. Las mujeres que denuncian. Otra barrera significativa al momento de acceder a la justicia, pero también de recibir el respaldo social cuando media una denuncia pública, son los estereotipos que pesan sobre las mujeres. Ser una ‘buena’ víctima implica haber sido una ‘buena’ mujer, es decir, que cumpla con las expectativas sociales que por su género son esperados y que su comportamiento se encuentre acorde al lugar que históricamente nos ha sido reservado: que no salga sola de noche, que no se vista muy corto ni de manera ‘provocativa’, que lleve una vida marital adecuada, que su imagen se encuentre acorde a los signos de belleza hegemónica, que su desenvolvimiento social no llame la atención ni sea disruptivo al sentido común estandarizado, es decir, que no sea libre. La ‘mala’ víctima es, entonces, todo lo contrario. La mala víctima es aquella mujer que ‘se lo buscó’ por su comportamiento, por su imagen, por elegir el modo en que quiere vivir su vida, la que se opone a seguir los estándares de la vida adoctrinada de las mujeres. Son aquellas a las que ferozmente se les revictimiza y, en consecuencia, (casi) nadie les cree porque ‘provocaron’ ellas mismas la violencia que han vivido. En el año 2019 la cantante Danielis Alfonso, conocida como ‘La Diosa de Cuba’, denunció públicamente al famoso compositor y flautista José Luis Cortés ‘El Tosco’, ambos pertenecientes al género de música popular bailable, por presuntos abusos verbales, físicos y sexuales. Hubo muestras de solidaridad y apoyo hacia la cantante con los hashtags #YoSíteCreo y #NoEstasSola pero, a la vez, fue atacada sostenidamente con comentarios acerca de su imagen, de su proyección, varios llegaron a ser profundamente ofensivos y vejatorios, incluso por ser defensora de un género musical como la timba. La imagen de ‘El Tosco’, debido a su reconocimiento a nivel nacional e internacional, al prestigio de su obra y a la escala social a la que pertenecía dentro del mundo de la música, apenas fue ‘dañada’. A ‘La Diosa’ la asediaron con innumerables críticas, repitió su historia tantas veces sentía que su credibilidad disminuía, solo por estereotipos que la hacían, en efecto, una ‘mala’ víctima. En una trasmisión en vivo por Facebook llegó a denunciar la mala praxis de su psicóloga quien le increpó el hecho de haber hablado, de haber contado su historia. La denunciante, paralelamente, había pedido apoyo institucional porque podía estar corriendo riesgos su integridad física y su carrera profesional, sin embargo, aunque pudo establecer denuncia contra José Luis Cortés este nunca llegó a ser procesado. No obstante, la revictimización con cuestionamientos como ‘por qué habló ahora después de tantos años’, ‘por qué no lo dijo en el momento’, ‘quiere beneficiarse’ o ‘quiere perjudicar’, y sencillamente ‘son chismes de poca monta’ se repiten para el caso que nos ocupa. Any, Liliana, Claudia, Silvia y Patricia han pasado por las mismas desacreditaciones porque, si bien no han sido atacadas por sus maneras de vivir y desenvolverse públicamente, asegurando lugares en el prototipo de las ‘buenas’ víctimas, no obstante, tienen algo en común: todas son mujeres que denuncian, mujeres que deciden contar las violencias a las que han sido sometidas contra hombres que son figuras públicas. Dejan de cumplir con las expectativas de que ‘calladas se ven más bonitas’ y arremeten contra ellas. Se han burlado de ellas, las han ofendido, han minimizado sus experiencias. A la pregunta ¿por qué después de tantos años? Pues un abuso sexual, primero, debe reconocerse como tal, no todas las mujeres disponemos de las mismas herramientas para reconocer a corto plazo que lo que sucedió fue un abuso. Existen hechos más evidentes que otros pero, cuando se engaña y utiliza la confianza, la autoridad y la vulnerabilidad para perpetrar un hecho violento, distinguirlo se hace más difícil y lleva tiempo. Los abusos generan vergüenza y culpa, provocan miedo por posibles represalias, miedo por el rechazo social, miedo a que no les crean. Entonces sí, toma tiempo, en muchas leyes penales la posibilidad de denunciar actos de este tipo es imprescriptibles; en otras, el término es de 30 años y nunca menor a 15 años desde que se es mayor de edad. Las mujeres que denuncian, todas y más allá de ‘buenas o malas’ porque no existen ‘malas’ ni ‘buenas’, existen víctimas a secas, todas pasan por el filtro duro de la revictimización y los estereotipos. Ya han pasado tres años desde el caso de ‘La Diosa’, se ha movilizado el debate acerca de la violencia de género pero de nuevo se usan las redes sociales para buscar algún tipo de justicia que ayude a las víctimas a encontrar un poco de sosiego y también para ayudar a las demás a que, por sus propios medios, ‘aprendan a cuidarse’. Han pasado tres años de discusión y disputas políticas entorno a la violencia de género en Cuba y al sol de hoy las historias de estas cinco mujeres nos vuelven a descascarar la mirada para mostrarnos, una vez más, lo ‘desarmadas’ que estamos. Llega esta denuncia para desnudar todo lo que falta en nuestra sociedad y en nuestras instituciones porque solas, aunque nos acuerpemos algunas, no podemos contra la bestia estructural de la violencia de género. El pacto patriarcal, un pacto de masculinidad. Si los abusos descritos por las cinco denunciantes llegan a ser dolorosos, también lo ha sido, e incluso más, las redes de complicidad alrededor del agresor principal. Se reitera en los testimonios que el resto de los colegas del trovador conocían de sus ‘fechorías’, de sus abusos, sin embargo, nada dijeron nunca y solo guardaron silencio. Un silencio cómplice y victimario a la vez porque propicia la repetición de los abusos y acosos y, además, los refuerza, ya que no hay nadie, ni ningún ‘compinche’ que lo confronte. Ese encubrimiento atiende a un pacto machista, conocido como pacto patriarcal, el que (casi) nunca se rompe porque está sostenido por iguales des-valores de construcción de la masculinidad. Ni por el bien de amigas, ni compañeras, ni familiares. Bajo este paradigma, es tan abusador el que abusa como el que deja abusar. No obstante, ese pacto de masculinidad no rendiría los frutos que cosecha sistemáticamente si no existiera un contexto que lo favorezca. Me refiero a márgenes de impunidad, de ausencia institucional medible en las bajas tasas de denuncia y en los pocos casos que prosperan en la vía penal, y a una sociedad desentendida del tema y que naturaliza estos comportamientos trivializándolos. El foco no puede estar solamente en quienes denuncian, también tiene que estar puesto sobre quienes son proclives a reproducir este tipo de violencias, en su mayoría varones. La atención social seguirá invertida en tanto el factor educacional no vaya perforando los pilares estructurales del machismo y la violencia de género. En estos momentos se señala con el dedo acusatorio a las víctimas, se les deja a merced de la solidaridad atomizada y sin recursos que puedan proveer amistades y otras personas, mientras los agresores mantienen el beneficio de la duda a su favor, suelen no sentirse en la obligación de dar explicaciones ni declaraciones (cuando las denunciantes se desgastan no solo en repetir sus experiencias sino en continuar pronunciándose para reconfirmar la credibilidad de los testimonios), cuentan con la respuesta tardía del aparato de la administración de justicia y con las filas cerradas de sus cercanos, quienes se pronuncian por él con frases como ‘ya aclarará lo que tenga que ser aclarado’ o ‘se mantiene muy … Sigue leyendo Más que cinco mujeres y un agresor: el rompecabezas de la violencia de género en Cuba